Ashley
Me quedé parada al llegar al laberinto. Ojalá no estuviera allí sola... Tenía que haber ido a rescatar al caballero, pero ya no tenía tiempo para volver atrás...
Una vez, cuando tenía seis años, mi madre se empeñó en pasar el día conmigo. Fuimos a una especie de feria, donde habían montado un laberinto enorme, el más grande del país o algo parecido. Yo no quería entrar, pero mi madre me obligó. En cierto momento, me despisté y me perdí. Pasé horas andando, desesperada, llorando, hasta que alguien me encontró y me sacó de allí.
Odiaba los laberintos, aunque hasta ese momento no lo recordé. Quizá mi mente solo quería torturarme, pero no tenía tiempo para ceder ante ella, así que cogí aire y di un paso dentro.
Un temblor a mi espalda me hizo girar de golpe, para ver la «puerta» del sitio cerrarse tras de mí. El laberinto estaba hecho de setos y, simplemente, fue como si de pronto hubiera un seto moviéndose detrás de mí para tapar la abertura. Tragué saliva con dificultad, pero no iba a retroceder.
El cielo también estaba cubierto y la única luz del sitio provenía de chucherías enormes en cada esquina. Tenían diferentes formas, desde caramelos hasta gominolas. ¿Aquello haría más fácil avanzar? Seguro que, al menos, podía darme cuenta si estaba retrocediendo.
Podía recordar el día que me perdí en el laberinto. El hombre que me encontró me dijo que, si volvía a perderme en uno, solo tenía que apoyar la mano en una pared y caminar sin levantarla. «Así siempre encontrarás la salida», me dijo.
Así que lo hice. Apoyé la mano izquierda sobre los setos y me moví deprisa. No tenía tiempo para miedo ni dudas. No sabía cuánto tiempo estaría allí esa vez.
Di vueltas y más vueltas, llegué a callejones sin salida y seguí avanzando sin levantar la mano de los setos. Hasta que, de pronto, toqué aire. ¿Cómo era posible? Un temblor sacudió el suelo y me caí de rodillas por la sorpresa y el movimiento. A mi alrededor las paredes se movieron y cambiaron de posición. Tuve que rodar para que uno de los setos no me golpease y me encontré de pronto en un hueco cuadrado y pequeño. Rodeada de setos. Me levanté y pasé la mano por todas las paredes, como si una no fuera a ser real. Lo único que rompía la ilógica de los setos, era una piruleta gigante que daba un brillo rosado al lugar.
¿Cómo iba a salir de allí? De pronto me faltaba el aire. ¡No tenía tiempo para aquello! Empujé los enormes setos, pero ni se movieron ni me permitieron ver alrededor.
―¿Ahora los odias un poquito? ―Una voz a mi espalda me hizo girarme bruscamente.
Reconocí a la niña del internado, la primera que me habló en aquel mundo. Me di cuenta entonces de por qué me resultaba familiar. Se parecía a mí. Todas las chicas que me había encontrado allí, eran yo de una forma u otra.
―¿A quién? ―pregunté confusa.
―A Bill y Candace, claro.
La última vez que hable con ella mi odio por mis padres había desaparecido del todo. Tenía a Deacon, no necesitaba nada más... Sin embargo, en ese momento, Candace me quemaba el alma. ¡Se suponía que quería cuidar de mí! Pero en lugar de eso, me usaba para chantajear a Bill (que no había hecho intento de volver a verme), para drogarse.
¿Cómo no iba a odiarla? Las lágrimas me quemaron los ojos y me dejé caer de rodillas. No quería odiar a nadie, dolía. Ya me había olvidado del dolor que producía tener unos padres como los míos, porque hacía demasiado tiempo, pero aquello era culpa mía. Yo había renunciado a Deacon y a Sky y había vuelto a meterme en la boca del lobo...
Y ¿había merecido la pena? No. Quizá me había equivocado del todo. Ahora podía ver lo idiota que había sido. Por un segundo, fui capaz de ponerme de verdad en el lugar de Deacon. Si hubiera sido al revés, si él hubiera necesitado ayuda, yo jamás le habría considerado una carga y habría hecho lo que fuera por él.
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Cuando llegue tu hora - *COMPLETA* ☑️
AdventureSer un Millerfort puede ir acompañado de dinero y una buena genética, pero Ashley sabe desde pequeña que, además de eso, es una maldición. Olvidada por sus padres en un internado tras otro desde que tiene uso de razón, nunca ha tenido a nadie a su l...