Christopher
Ashley pasó a mi lado sollozando con tanta fuerza que ni me vio. Después de lo de la semana anterior con su madre y sabiendo que Deacon no solía estar en casa los viernes, había decidido ir a buscarla después de la visita a la psicóloga.
No me esperaba encontrarla desolada y menos después de lo feliz que estaba cuando nos despedimos esa mañana. Iba a pararla, pero cuando se tropezó, solo pude abrazarla contra mí. Y me quedé mucho rato allí, solo acariciando su pelo, tratando de calmarla. Cuando me pareció que se relajaba un tanto, intenté separarme de ella para poder ver su cara, pero se abrazó más fuerte a mí.
―¿Qué ha pasado, Ashley? ―murmuré, acariciando de nuevo su pelo.
Ella se limitó a negar con la cabeza, sin sacarla del hueco entre mi hombro y mi cuello. Yo llevé mis manos a su cintura, en un intento infructuoso de verle la cara. ¡Necesitaba saber qué le pasaba!
―¿No quieres contármelo? ―insistí y ella volvió a agitar la cabeza sin energía―. ¿Estás negando o limpiándote los mocos? ―la provoqué, haciendo que se separase de golpe, para mirarme indignada―. ¿Qué te ha pasado, Ashley?
Sacó su móvil, mientras se secaba la cara con el dorso de la otra mano. No consiguió mucho, porque la tenía realmente empapada, pero centró su atención en el móvil.
―Lo siento. Vete a casa ―me dijo su móvil.
Y echó a andar, sin explicarme nada más. ¿Qué había pasado? Estaba claro que algo no iba bien. ¿Por qué de pronto parecía desolada? La seguí en silencio, dejándole tiempo para que se calmase, pero sin apartarme de su lado.
Me miró después de un rato, cuando ya habíamos alcanzado la calle principal, por lo menos parecía haber dejado de llorar, aunque estaba tiritando un poco. Me quité la chaqueta y se la coloqué sobre los hombros. Me pareció que iba a rechazarla, pero acabó metiendo los brazos por las mangas y abrazándose un poco a sí misma.
―No sé qué te ha pasado, Ashley, pero si necesitas hablar...
Se paró de golpe en la acera y tiré un poco de ella para apartarla del tránsito. La navidad se acercaba y la gente parecía desesperada por hacer compras a todas horas. La calle principal estaba repleta de viandantes y las luces navideñas alumbraban todo. Habría sido bonito si Ashley no estuviera tan triste.
Le di tiempo para escribir en su móvil, pero la desesperación por la situación me apretó el pecho. No sabía cómo ayudarla, y me sentía fatal por ello, un inútil.
―Sé sincero ―me pidió su móvil―. Antes de esto, ¿éramos amigos?
Me miró con los ojos aguados de nuevo. Me parecieron más grandes y profundos que nunca. Era tan raro no verla reír... Aquella no parecía ella, solo una sombra torturada de lo que fue. Torturada y necesitada y eso podía comprenderlo muy bien, porque veía la misma mirada en mí cada vez que me reflejaba en el espejo por las mañanas. Le dirigí una sonrisa, para calmarla y también para calmarme a mí.
―No exactamente ―respondí con sinceridad.
―Entonces solo te doy pena ―escribió, y las lágrimas rodaron por sus mejillas de nuevo.
―¡No! Claro que no...
Se encogió de hombros, guardó el móvil y echó a andar, con Hades pisando sus talones. Apenas me había fijado en el perro hasta ese momento. Era raro que no hubiera tratado de consolar a Ashley él mismo, pero parecía tan perdido respecto a aquello como yo. De hecho, cuando la chica se fue a paso rápido, hubiera jurado que el perro me lanzó una mirada pidiéndome ayuda... Vale, quizá solo era un animal. Pero era tan inteligente, que a veces me parecía entenderme con él.
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Cuando llegue tu hora - *COMPLETA* ☑️
AdventureSer un Millerfort puede ir acompañado de dinero y una buena genética, pero Ashley sabe desde pequeña que, además de eso, es una maldición. Olvidada por sus padres en un internado tras otro desde que tiene uso de razón, nunca ha tenido a nadie a su l...