Un nuevo comienzo

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Ya no podía resistir el sueño, cada dos minutos su cabeza caía por su propio peso, provocando ternura en Hannibal a su lado. Pronto se dio por vencido, claro que sin conciencia de ello, pues perdió el conocimiento cayendo casi desplomado en el hombro de su compañero de vuelo.

—Sí recuerdas haberlo enculpado... —Lecter por su parte revivía en su memoria una de las últimas conversaciones que compartió con su reciente víctima —Sí recuerdas la soledad que sentías en su ausencia... Y me imagino, también recuerdas haberlo librado de prisión... —hizo una pausa— Antes de que me confesaras haberte enamorado de Will Graham yo no lograba entender cómo tú, el destripador de Chesapeake, habías alterado el curso de tu propia historia a conciencia... Cómo tú, Hannibal Lecter, por primera vez estabas atribulado, confundido, y dispuesto a arriesgar tu propia vida, tu propia libertad por un hombre que fantaseaba con matarte... Pero luego todo tuvo sentido... —bebió de su copa y luego la apoyó en su pierna derecha cruzada sobre la izquierda —Estabas experimentando un sentimiento hasta entonces desconocido para ti...
—El amor —respondió él.
—... El amor

El doctor cerró los ojos y echó su cabeza hacia atrás dándole espacio al hombre apoyado sobre él. Inhaló profundamente y esbozó una sonrisa. Pronto, aunque se resistió, también se durmió. Ahí en los asientos de un avión en clase económica, estaba teniendo probablemente la mejor siesta de su vida entera y aunque luchó por quedarse despierto y poder disfrutarlo, cayó vencido de todas formas.

—Señor, señor —alguien le movía el hombro con fuerza, como impaciente —Disculpe, pero debemos asear para el siguiente vuelo...
—Disculpe, debimos quedarnos dormidos —se excusó Graham —¿Hace cuánto aterrizamos?
—Una media hora señor, usted y su esposo son los últimos...
—Nosotros, nosotros no...
—Muchas gracias —le interrumpió Lecter.

Tras un cuidadoso chequeo de sus pertenencias pudieron entrar al nuevo país de su enferma aventura.
Mientras Hannibal vigilaba con cuidado que sus cosas estuvieran intactas, Will sonreía a los pasaportes en su mano. Hannibal Lecter era ahora Alfred García y él, Will Graham, era ahora Adrián Bautista. Ambos supuestos herederos de unos terrenos en los Viñales al oeste de Cuba, ex inmigrantes en Estados Unidos que volvían a la tierra de sus raíces.

—¿Gracioso? —sonrió Lecter cálidamente.
—No —Will le entregó su pasaporte —mas bien estimulante

Puertas afuera del aeropuerto los esperaba un chófer en un Sequoia Nightshade, quien recibió sus equipajes y les invitó a subir. Durante el trayecto el varón les preguntó acerca del porqué de su regreso, después de tantos años de que sus padres habían abandonado el país y dejado el cuidado de las tierras a los lugareños. Will no podía responder, pues aunque moría por saber, Lecter no había querido contarle nada al respecto. Hannibal, sin embargo, manejó la situación con destreza y cortesía. Pronto la ciudad dejó de ser atractiva y las calles comenzaron a empobrecerse, así como la población apenas visible, lo que le daba al ambiente un tono casi fantasma. Will continuó obsevando con atención cada detalle que la ventana le brindaba, desde los niños jugando en las calles y las ancianas sentadas a la puerta de sus casas, hasta los grupos de hombres en cada esquina con botellas en sus manos y postura amenazante. Luego el sol comenzó a bajar y la visibilidad era cada vez menor, ya casi parecía una ciudad vacía. Cuando el sol otorgó un tono sepia al cielo Graham no pudo evitar caer dormido sobre el entonces cómodo vidrio de la ventana. Hannibal lo observó por el retrovisor y se atrevió a cerrar los ojos también.

—Don Bautista, despierte —una voz con acento le interrumpió el descanso —Hasta aquí puedo dejarlos, el señor García arrendó un carro y dijo que le esperaría en la gasolinera
—Gracias, muchas gracias... —apenas estaba despertando, era de noche, podía adivinar que de madrugada por el frío intenso.
—Su equipaje está aquí señor, Don Alfred ya llevó el de él —le apuntó a la acera, donde estaban sus cosas.
Graham bajó como pudo del auto y golpeó su rostro con las manos, para luego estrechar la del chofer —Gracias otra vez...
—Un gusto señor —se despidió.

Graham observó a su alrededor, de pie al lado de su maleta. Estaba muy oscuro y había luna llena, el frío parecía penetrar hasta sus huesos, cosa que le obligó a cerrarse el abrigo que traía puesto. Se sintió tonto al recordar la advertencia de Lecter, puesto que cuando este le aconsejó sacar un abrigo hacían casi 40°C.
Se desesperó un poco cuando cayó en cuenta de que estaba parado en medio de la nada, un lugar completamente desconocido para él y que no tenía la más mínima idea de dónde estaba la famosa gasolinera de la que el hombre le había hablado. Se volteó para ver si el chofer seguía ahí, pero no había rastro de él. Al voltearse volvió a sentirse estúpido, pues todo ese tiempo estuvo dándole la espalda a un Hannibal que lo esperaba de brazos cruzados en la bomba de bencina cruzando la calle. Avanzó avergonzado.

—Veo que te gustó...
—¿Gustarme?
—Estuviste parado ahí unos... —miró su reloj —15 minutos aproximadamente, por lo que asumo que te gustó este lugar
—No es eso, si ni siquiera sé dónde estoy parado, solo que el frío me congeló las piernas —soltó una risa.

Hannibal quedó anonadado por ese mínimo gesto.

—Entonces, señor García —fingió un acento —¿Dónde estamos?
—Matahambre, amigo —respondió en español —Pero este no es nuestro destino, así que debo preguntarte... ¿Prefieres partir ahora? ¿O prefieres pasar la noche en este pueblo y retomar mañana por la mañana?

Al momento en que Lecter terminó de hablar una brisa extremadamente fría pareció darles una bofetada en el rostro, cosa que respondió la pregunta de Lecter sin que Will dijera una sola palabra.

—Bien, buscaré un motel entonces
—¿Cómo dices? —Will casi cayó de espaldas por la naturalidad con la que el doctor había dicho una cosa así, no sólo vulgar viniendo de él, sino que totalmente fuera de lugar en ese momento.
—Estoy bromeando —Lecter rió y sobó el brazo de su compañero —Preguntaré por algún hostal cercano, espera aquí

Hannibal caminó hacia la pequeña almacén de la gasolinera. Mientras caminaba el castaño le observó detrás. Una vez más la helada brisa golpeó su rostro, pero esta vez fue como un despertador que le permitió apreciar el momento que estaba viviendo. Ahí iba el hombre que le había rescatado del infierno mismo que era su cotidianidad, el hombre que había sacrificado su propia vida por la de él y que ahora le ofrecía una nueva. Suspiró metiendo las manos en sus bolsillos y gritó.

—¡Dr. Lecter!

Hannibal se volteó sorprendido.

—... Te acompaño —susurró Graham.

Sin saberlo, detrás de esas dos palabras se escondía la más íntima promesa de complicidad. Mientras caminaba se sintió radiante de alegría como no lo hacía hace muchos años atrás, justo ahí, en esa gasolinera y pronto a amanecer, estaba siendo más feliz que nunca antes; en un país totalmente desconocido y junto a la única persona en la que podía confiar.

𝗠𝘂𝗿𝗱𝗲𝗿 𝗛𝘂𝘀𝗯𝗮𝗻𝗱'𝘀 |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora