[6] Dime tu nombre

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❝𝑵𝒂𝒅𝒊𝒆 𝒑𝒖𝒆𝒅𝒆 𝒔𝒆𝒓 𝒆𝒔𝒄𝒍𝒂𝒗𝒐 𝒅𝒆 𝒔𝒖 𝒊𝒅𝒆𝒏𝒕𝒊𝒅𝒂𝒅: 𝒄𝒖𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒔𝒖𝒓𝒈𝒆 𝒖𝒏𝒂 𝒑𝒐𝒔𝒊𝒃𝒊𝒍𝒊𝒅𝒂𝒅 𝒅𝒆 𝒄𝒂𝒎𝒃𝒊𝒐, 𝒉𝒂𝒚 𝒒𝒖𝒆 𝒄𝒂𝒎𝒃𝒊𝒂𝒓. ❞ 

—Elliot Gould

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El tiempo pasa demasiado rápido cuando menos te lo esperas, aun cuando los cambios nunca parecen ser suficientes para que comprendas que el tiempo en sí nunca espera a nadie. Todo llega. Así pasó con febrero y esos saltos catastrofistas que iban y venían sin que yo pudiera prever todo lo que tenía que ocurrir: Recibí un bofetón por parte de Alysha cuando quise regalarle los dientes de león. Estaban un poco mustios, pero quise creer que lo que contaba era la intención para que, al menos, pudiera conservar en mi mente un momento bonito. No pasó. En realidad todo terminó empeorando, pues mis flores fueron pisoteadas por ella misma y yo siendo un mar de lágrimas, llorando en cuclillas mientras ella se alejaba mientras decía «no puedo ser amiga de un niño violento».

Irónico, cuando ella me había abofeteado.

Una de las flores perdió casi el perianto, como si le hubieran cortado la garganta a una cabeza humana.

Después de ello le siguieron algunas bromas pesadas de Angelo, entre ellas plumas de pájaro manchadas de pintura en mi cabeza, ratas aplastadas con barro dentro de la almohada y agua sobre las mantas para seguir con la estupidez de que seguía mojando la cama. Aquello último ya dejó de tener gracia, sobre todo cuando éramos tres en la habitación masculina.

Callé y le dejé hacer todas las bromas que quisiera. Tras aquella situación con la niña que me gustaba desde siempre, supe que las cosas sólo podían ir de mal a peor. Estaba maldito, o al menos así lo pensé en su momento hasta que todo fue avanzando con el paso de los días, entre lluvias y tormentas, variando el frío y el viento que intentaba parecer mínimamente cálido. 

El mes de febrero no llevó consigo ninguna adopción y seguíamos siendo los mismos, sin embargo mi vida no podía mantener la calma por demasiado tiempo. Tarde o temprano algo o alguien se metía en medio y me tentaba a cometer errores. Por descontado, las pesadillas sobre el asesino fueron cada vez más pronunciadas y en ninguna moría, sino que una figura oscura entre la oscuridad la mordía hasta atraerla a una zona que no fuera visible para mí. Gritaba de manera extraña, gruñía, ladraba e incluso le podía llegar a escuchar escupir. El miedo nocturno provocó en mí que cometiera errores estúpidos, fuera más distraído, dormitara entre las clases mientras la maestra me reñía, e incluso recibí quejas de las monjas cuando rompía algo por la torpeza. 

Mi valor como individuo pareció reducirse al máximo, y volví a quedarme solo; o quizás más de lo que ya lo era desde el principio. Ni siquiera Briana se acercó en todo lo que quedaba de mes, lo que me hizo sentir más solo y hundido con el paso de los días, percibiéndolos como caminar sobre agujas envenenadas: me hacían daño, moría gota a gota, y en cualquier momento mi fuerza se iría para dejarme caer y recibir heridas irrecuperables. 


Abro mis ojos con pereza, y siento que la luz me ciega más que cualquier otro día en todo estos años. Cualquiera diría que me he vuelto una criatura nocturna, pero ese «cualquiera» en realidad no puede aplicarse, pues nadie habla conmigo desde hace un mes. Si lo hace, es para reñirme, amenazarme para que me aleje o burlarse de mí. Los ojos me arden un poco, me pesa el cuerpo y tengo la sensación de que no he dormido ni siquiera una hora, pero eso es imposible si tenemos en cuenta que me acosté pronto la noche anterior. También tengo dolor de cabeza.

𝓗𝚎𝚕𝚕𝚏𝚊𝚗𝚐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora