[42] 𝙻𝚎𝚌𝚌𝚒ó𝚗 𝟺 𝚍𝚎𝚕 𝚌𝚊𝚣𝚊𝚍𝚘𝚛: 𝙸𝚗𝚝𝚒𝚖𝚒𝚍𝚊

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❝ 𝑻𝒐𝒅𝒐 𝒆𝒔 𝒗á𝒍𝒊𝒅𝒐 𝒄𝒐𝒏 𝒕𝒂𝒍 𝒅𝒆 𝒔𝒐𝒃𝒓𝒆𝒗𝒊𝒗𝒊𝒓, 𝒑𝒐𝒓 𝒎𝒖𝒚 𝒊𝒏𝒋𝒖𝒔𝒕𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒑𝒂𝒓𝒆𝒛𝒄𝒂 ❞

Conri Artemas

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[𝚄𝚗𝚊𝚜 𝚜𝚎𝚖𝚊𝚗𝚊𝚜 𝚊𝚝𝚛á𝚜]

Emmet se ríe con aire travieso mientras sacada la cabeza fuera de las puertas del cobertizo. Yo sólo le observo, sin importar mucho si nos riñen por entrar aquí, ya que ese sería el menor de mis problemas; y seguramente será una queja boba. Una advertencia, a lo mejor. No joderá mi expediente.

—¿Todo bien? ¿Tenemos el camino despejado, o tenemos que esperar otra vez? —le susurro las preguntas en el oído, antes de que mis manos se hinquen en sus piernas para atraerlo y pegármelo. Su estremecimiento, al notar la erección presionándole el culo, le obligar a reírse por lo bajo. Cierra la puerta, gira su cabeza, y me ofrece un beso en el giro—. Deberé de tomar ese beso como que sí, que podemos salir de una vez.

—Es impresionante lo rápido que se te pone dura, y eso que hace un buen rato que hemos descansado —confiesa junto a una sonrisa burlona, sin despegarse siquiera. Más bien se me pega para arrancarme un jadeo denso y lento—. Por desgracia no tenemos tiempo de repetirlo otra vez, y te juro que le estoy pillando el gusto a esto. Ya es casi la hora de que abran la puerta principal y entre la barahúnda de humanos aburridos; así que, si no quieres que nos jodan vivos en esta situación, será mejor que hagas tu mayor esfuerzo para relajártela y nos demos prisa.

Entonces no te me pegues, hijo de puta, porque sólo consigues que me cueste más.

—Bueno, pues ya que estamos aconsejando, yo mismo te daré otro: Tápate esos mordiscos, porque te estoy viendo los que te he dejado en la clavícula —le digo, llevando una mano a la zona y la otra a su entrepierna, donde un sonidito ronco se ha asfixiado en su garganta junto al arqueo de espalda—. Y será mejor que tú también te la relajes, o vas a mandarme señales que no tocan; además, no quiero que te acostumbres a esto. Ya tocamos este tema.

—Sí, lo sé... —farfulla en voz baja, obligándome a separarme de él. Su cara está roja. Desgraciadamente, Emmet es tan tierno y suave como un pedazo de tarta de manzana, pero cuando estamos en pleno proceso sexual, se vuelve salvaje por culpa de nuestros encuentros clandestinos; aun sigo teniendo la marca del mordisco, palpitándome en el pecho, cuando me reí de él por el golpe que se dio en la cabeza con la librería—. Prometo que la próxima vez, cuando sea algo mutuo, me aseguraré de haber encontrado ya un lugar mejor para que nadie nos interrumpa o nos pegue el tiempo una patada en el culo.

—Como dije, no te acostumbre. —Le insisto, esta vez en un tono algo más severo—. No va a ser diario como me dijiste tú, ya que bastante es que lo hagamos dos veces a la semana; ya hasta Eliana me lanza miradas conflictivas cuando me ve e intento confundir su olfato con colonia. Hay que tener cuidado.

Emmet se sonríe con un poco de malicia en su expresión y no le importa que eso pase, o al menos eso creo. Me toma del mentón y me deja un beso, el cual ambos sabemos que es una despedida hasta que nuestras feromonas vuelvan a volverse locas, como hoy. 

Después del beso se me acerca al oído y susurra:

—Ya sabes que conmigo siempre estarás seguro cuando te sientas mal, y si necesitas que te arranque el estrés de una paja o una mamada... ya sabes donde vivo; tienes mi cuerpo a tu disposición —lo dice tan aterciopelado que, mi cuerpo, me traiciona mientras se calienta superlativamente.

𝓗𝚎𝚕𝚕𝚏𝚊𝚗𝚐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora