❝ 𝑳𝒂 𝒐𝒎𝒊𝒔𝒊ó𝒏 𝒅𝒆𝒍 𝒃𝒊𝒆𝒏 𝒏𝒐 𝒆𝒔 𝒎𝒆𝒏𝒐𝒔 𝒓𝒆𝒑𝒓𝒆𝒏𝒔𝒊𝒃𝒍𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒂 𝒄𝒐𝒎𝒊𝒔𝒊ó𝒏 𝒅𝒆𝒍 𝒎𝒂𝒍 ❞
—Plutarco
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Suena «Jaxson Gamble - Reckless» a través de los auriculares mientras Eliana y yo vamos en tren hasta el bosque.
Hoy es sábado por la mañana y a duras penas he podido conciliar el sueño, porque ahora mismo siento que toda mi paz se está desmoronando como un castillo de naipes; pero a ella no lo sabe. Supongo que imagina que habré estado despierto hasta tarde leyendo, entrenando o escapándome por la ventana del salón para encontrarme con alguna chica para, así, entrar de nuevo sin que ella no se diera cuenta.
No puede estar más equivocada si realmente cree eso.
Las razones por las que no he dormido bien tanto esta noche como el viernes se debe a una hilera de problemas y cuestiones. Hacía mucho tiempo que no me ardía tanto el cerebro por pensar en cosas que no puedo manipular a mi antojo. En mi mente sigue la alarma encendida de que Emmet volverá a atrapar a Assid —pensando que soy yo—, y sé que lo hará porque ya no somos unos niños como antes; Assid es humano y no puede regenerarse como nosotros, y enviarlo al hospital no es una opción que considere adecuada; llevo días sintiéndome inquieto pero, el viernes, fue cuando más se acentuó esa sensación de que alguien me seguía; estoy harto de los fantasmas que creen que puedo verlos, y por ello me piden ayuda como si yo fuera Melissa Gordon —de la serie «Ghost Whisperer»—. No quiero hacerlo, sólo quiero ser un licántropo normal y corriente, un adolescente —casi adulto— con sus estúpidos problemas de chicas, el sexo, la investigación de temas prohibidos y ver mundo.
¿Quizá pido demasiado?
Y luego las pesadillas. Han vuelto a mi vida, y ya no sé muy bien si son un buen o mal augurio.
Eliana se mira y lo sé porque veo su reflejo en el cristal. Entrecierra los ojos, frunce superficialmente el ceño y me pilla observándola; me ordena que me quite los auriculares. Quiere hablar, así que me lo quito y los dejo dentro de mi mano cerrada.
—¿Te pasa algo, Conri? Llevas todo el camino en silencio y, aunque sé que ya no eres una cotorra que cuando eras niño, normalmente me cuentas cómo vas en el instituto —me dice con una mezcla de preocupación y reproche en la voz.
—Tonterías adolescentes. —Me limito a decirle con una fingida sonrisa. No puedo contarle todos y cada uno de los problemas que me acechan en mi mente, como un grupo de fantasmas que intentan darme caza para así atormentarme hasta conseguir despertarme con los primeros rayos de sol—. Ya sabes, lo de siempre: Exámenes que están por llegar, chicas, deberes... Esas cosas que ya estarás harta de haber escuchado antes.
La morena frunce el ceño, ahora con más dureza; no se lo ha tragado. ¿En qué me he equivocado para que me pille mintiendo? ¿Ha sido la voz, qué no ha sonado tan despreocupada como suelo hacer de normal? ¿Los ojos? No lo sé.
—Como tu madre adoptiva, es mi deber que estés sano en todos los sentidos. Ya sabes las normas: Cuerpo, mente y alma deben de estar inmaculadas. No puedes infringir ni una —recita esa normativa con solemnidad, como si tuviera un papel delante y su deber es pronunciárselo a un puñado de críos—. Sé que aún me reprochas que no te deje entrar a ningún equipo deportivo, pero no sería justo. Llamarías demasiado la atención y, por el momento, ya te dije que nos mudaríamos de zona muy pronto. Creo que he encontrado el lugar perfecto, y todos ganamos: Yo tendré mi bosque y tú tendrás tu tonto instituto con tus chicas y tu amigo el friki.
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𝓗𝚎𝚕𝚕𝚏𝚊𝚗𝚐
Lobisomem«𝑻𝒐𝒅𝒐 𝒃𝒖𝒆𝒏 𝒉𝒐𝒎𝒃𝒓𝒆 𝒕𝒊𝒆𝒏𝒆 𝒂 𝒖𝒏 𝒅𝒊𝒂𝒃𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒆 𝒔𝒖𝒔𝒖𝒓𝒓𝒂 𝒂𝒍 𝒐í𝒅𝒐» Aunque eso sea lo que dicen las malas lenguas, lo que ellos nunca te dicen es por qué el propio diablo te elige a ti. Tampoco te explican si se...