❝ 𝑨 𝒗𝒆𝒄𝒆𝒔 𝒍𝒐𝒔 𝒄𝒂𝒔𝒕𝒊𝒈𝒐𝒔 𝒏𝒐 𝒆𝒔𝒕á𝒏 𝒏𝒂𝒅𝒂 𝒎𝒂𝒍, ¿𝒏𝒐 𝒄𝒓𝒆𝒆𝒔?❞
—Emmet Claw
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Lavo mi cara tantas veces que es imposible quitarme la expresión que cargo ahora mismo delante del espejo. Tengo las cejas fruncidas hasta casi tocarse, los ojos abiertos de par en par y la mandíbula tan tensa que temo quebrármela desde algún lugar.
No puedo creerlo, de verdad que no puedo hacerlo.
Al principio no podía creérmelo, que estaba muerto, y luego observé que aquel extraño otro mundo se parecía demasiado a mi habitación. Las mismas cajas de cartón apiladas en una de las esquina, el saco de boxeo desgastado junto a la comba, el ventanal horrible y chirriante que todas las mañanas tenía que limpiar porque se ensuciaba a la mínima, el olor a cigarrillo que entraba por ella, y sobre todo el contacto de las sábanas rozarme cada rincón del mi piel mientras me movía. Pero no sólo estas cosas eran la prueba fehaciente de que seguía vivo, que el infierno del viernes fue real y ahora estoy obteniendo todas las señales directamente en la cara; aunándolas al dolor de cabeza.
—Bueno días, lobo cascarrabias —expresa la burlona voz de Emmet tras de mí, muy cerca, tanto que no le ha temblado la mano en apretarme la polla dentro del bóxer y aunar una juguetona mordida en el hombro desnudo.
—¡Vete a la mierda! —Me giro cabreado, dándole empujones hasta que lo saco del baño y cierro la puerta con brusquedad.
Desgraciadamente Emmet es la prueba real e irrefutable de que esto no es el cielo, tampoco el otro mundo al que van los muertos cuando pasan página y no quieren quedarse en la Tierra. Ese rubio idiota es quien me despertó antes cuando metió su mano dentro de mi ropa interior y me agarró el miembro para despertármelo, y también adjuntó el mismo tipo de mordida que acaba de hacer ahora mismo.
Al parecer mi puñetazo que le di cuando lo dejé inconsciente lo ha vuelto más gilipollas de lo que ya lo era antes, y por eso está tan pegajoso.
Hoy el día vaticina problemas.
Lo sé porque cuando salí de la cama, despavorido, por seguir aún medio dormido y resacoso —una sensación horrible—, bajé para asomarme al salón y encontré el periódico abierto en la mesa. Eran las nueve y treinta y tres minutos de la mañana; la señal era clara. Eliana habría leído lo que había entre esas dos páginas completas, y eso significaba que los problemas sólo irían en aumento con el paso de las horas; mi futuro lo veía muy negro.
Ya dije que no era buena idea ir a esa fiesta, obtuve varias señales, estuvimos apunto de morir por esas cosas apestosas... Todo mal.
¿Y peor que todo eso? Encontrarme a Eliana en la subida, en cuanto yo tenía intenciones de subirme al tejado para quedarme a dormir hasta que la morena se calmara. No estaba enfada en realidad, sino bastante estoica. Quería que me enterraran vivo, o que al menos me tragara la tierra y tuviera la piedad de escupirme en Australia; o donde fuera en realidad, mientras estuviera lejos de lo que iba a venir más adelante.
En las escaleras no dijo absolutamente nada. Me miró de arriba a abajo, sin juzgarme ni expresar absolutamente nada, y en cuanto tuve ocasión la hice a un lado para esconderme en la habitación. Una mala idea, porque Emmet esperaba en la cama en una pose de lo más insufrible, creyéndose atractivo. Me sonreía de oreja a oreja, escudriñándome el cuerpo al mismo tiempo que se pasaba la lengua por los labios; incluso los mordía lo bastante fuerte para volverlos rojos.
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𝓗𝚎𝚕𝚕𝚏𝚊𝚗𝚐
Lobisomem«𝑻𝒐𝒅𝒐 𝒃𝒖𝒆𝒏 𝒉𝒐𝒎𝒃𝒓𝒆 𝒕𝒊𝒆𝒏𝒆 𝒂 𝒖𝒏 𝒅𝒊𝒂𝒃𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒆 𝒔𝒖𝒔𝒖𝒓𝒓𝒂 𝒂𝒍 𝒐í𝒅𝒐» Aunque eso sea lo que dicen las malas lenguas, lo que ellos nunca te dicen es por qué el propio diablo te elige a ti. Tampoco te explican si se...