[34] 𝚂𝚊𝚕𝚟𝚊𝚍𝚘 𝚙𝚘𝚛 𝚞𝚗 á𝚗𝚐𝚎𝚕 𝚎𝚗 𝚎𝚕 𝚒𝚗𝚏𝚒𝚎𝚛𝚗𝚘

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¡𝑺𝒆 𝒔𝒖𝒑𝒐𝒏𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒍 𝒎𝒂𝒍𝒐 𝒅𝒆 𝒍𝒂 𝒉𝒊𝒔𝒕𝒐𝒓𝒊𝒂 𝒔𝒐𝒚 𝒚𝒐, 𝒏𝒐 𝒕ú!

Hellfang

❝ 𝑵𝒖𝒏𝒄𝒂 𝒅𝒊𝒋𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒊𝒃𝒂 𝒂 𝒔𝒆𝒓 𝒆𝒕𝒆𝒓𝒏𝒂𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒃𝒖𝒆𝒏𝒐❞

Conri Artemas

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He vuelto a errar, otra vez en mi vida, y no he sido capaz de aceptar que los mensajes extraños formarán siempre parte de mi vida cuando menos me lo espero. Por eso me centré durante todos estos años en ser tan observador, donde cualquier detalle o diferencia es la clara señal de que hay que tener cuidado en el día a día. ¡Y ahora he sido tan estúpido! Y descuidado, sobre todo esto último, cuando tenía que haber sabido que nada puede salir bien cuando el número tres acude a mi vida. Por eso huyo de él de varias formas: Lo ignoro, no le doy significado, paso de largo... 

El número tres es monstruo del que no quiero volver a saber jamás; pero, tarde o temprano esa señal vuelve de alguna forma para que mis ojos lo reconozcan y mi cerebro active una alarma.

Las flores del jardín ya de por sí significan una variante de lo que ha ocurrido en esta habitación: Las caléndulas simbolizan la pasión, la crueldad, la pena y los celos; las rosas la pasión de nuevo y sentimientos románticos; las orquídeas lujuria y exquisitez; y las flores de lis pasión (por tercera vez) ardiente y la llama para que la gente comience a arder por dentro. 

Quizá demasiado.

Mientras, tanto Emmet como yo vemos el humo bajo la puerta con intenciones de ingresar todo lo rápido que puede.

A mí se me ha desencajado la cara. La clara expresión de horror que debo de mostrar ahora mismo, es la señal de que en mi mente todas las alarmas han explotado. Eso ocurre cuando veo el humo en un lugar que no debe estar; después toda la reacción se desencadena: El corazón se desboca, aterrado dentro de mi pecho, y no deja de mandarme señales en forma de punzadas dolorosas; mi garganta se cierra y seca más de lo que ya lo está y todas las hormigas de antes se han vuelto a sus agujeros imaginarios; no se mueven. La respiración es lo siguiente que toma el protagonismo cuando lo anterior ya se ha exteriorizado, y comienzo a hiperventilar. Finalmente llega lo peor, y es cuando en mi mente aparecen aquel incendio que vivimos en Amos, donde se incluye la muerte de Emma y cómo las llamas se la tragan junto a alguien que hay detrás de ella para llevársela, impidiéndola que salte también.

—¡Conri, no te aísles! —Me grita Emmet, zarandeándome. Debo de haberme quedado paralizado, y él me habrá llamado en más de una ocasión al notarme de ese modo—. ¡¿Me estás escuchando?!

Me da un puñetazo, uno bastante fuerte que le arranca un grito de dolor; hasta se le han hinchado los dedos y ahora son tan rojos como el picaporte. 

—S-sí... Te escucho —respondo, contrito y desorientado.

—Tenemos que salir de aquí ahora mismo, antes de que nos quedemos atrapados —expresa alterado y se le aleja hasta el sinfonier, recogiendo todas sus cosas para, luego, rebuscar entre los cajones algo donde guardarlos. La opción más acertada es hallar un bolso dentro del ropero y me mira muy serio. No me he movido en esto este tiempo—. ¡Venga, a qué esperas! ¡Tira la maldita puerta abajo de una patada!

No reacciono.

De hecho siento que me estoy volviendo a aislar mentalmente para que el recuerdo en bucle, el de Emma siendo devorada por el fuego, no me atrape como lo haría un perro de caza, siendo yo un conejo que huye despavorido por un prado. No quiero que me agarre con sus ardientes brazos y me obligue a fundirme entre llamaradas similares a las del infierno, torturándome y derritiendo tanto mi piel como mi carne, al mismo tiempo que los demonios que he cazado en todo este tiempo se ríen a mi alrededor mientras me señalan con el dedo y correan un «perro tonto». 

𝓗𝚎𝚕𝚕𝚏𝚊𝚗𝚐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora