❝ 𝑺𝒊 𝒎𝒊𝒓𝒂𝒔 𝒅𝒖𝒓𝒂𝒏𝒕𝒆 𝒍𝒂𝒓𝒈𝒐 𝒕𝒊𝒆𝒎𝒑𝒐 𝒂 𝒖𝒏 𝒂𝒃𝒊𝒔𝒎𝒐, 𝒆𝒍 𝒂𝒃𝒊𝒔𝒎𝒐 𝒕𝒂𝒎𝒃𝒊é𝒏 𝒎𝒊𝒓𝒂 𝒅𝒆𝒏𝒕𝒓𝒐 𝒅𝒆 𝒕𝒊 ❞
—Friedrich Nietzsche
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Corro porque mi espíritu me lo ordena.
Lo hago para salvar la vida, y no necesito que nadie me explique que estoy a salvo; yo sé que no lo estoy. Este lugar, angosto y obscuro, aboga por la claustrofobia y los sonidos de lamentos sepulcrales a mi alrededor sólo consiguen que mi mente se turbe, lo suficiente para comprender que pese a ser un sueño puedo sufrir daños irreparables al despertar. O quizá exagero.
Corro porque alguien me persigue, lo lleva haciendo un tiempo al mismo tiempo que grito el nombre de toda persona que se me cruza por la mente.
No estoy preparado para plantarle cara, o al menos no ahora que sé que no soy lo suficientemente fuerte como para tumbarla de un placaje. Tengo miedo. Más lo tengo cuando mis palabras se las lleva este viento helado sin ninguna respuesta de vuelta, lo que provoca que la ansiedad no deje de bombearme tanto en las sienes como en el cuello.
No ha sido buena idea ver hacia el abismo, ese que me tentaba con una superficial tonalidad amoratada como las amatistas expuestas al Sol. Sea lo que sea que haya en el fondo, me ha devuelto la mirada y mi instinto me ha mandado huir todo lo rápido que pueda con estas piernas, las cuales a duras penas han conseguido el suficiente aguante como para que no me pillen con facilidad. Pese a ello, mi respiración se agita. No puedo evitar que todo mi cuerpo responda con terror hacia lo desconocido, aquellos espectros acechándome desde algún lugar entre la oscuridad invisible; a ello se le suma el humo blanquecino que intenta abrasarme los pulmones, robarme el oxígeno y aturdir a mis ojos llorosos. Quema. Arde. Escuece. Parece el fuego proveniente del averno que relata la biblia en muchos de sus libros, pero en ningún momento he visto llamas o demonios; sólo colores brillantes y engañosos con la intención de lanzarme al vacío.
Sé que alguien está aquí, lo sé en el mismo instante que siento que me cae la lluvia y me moja con un líquido pringoso que no es agua, sino sangre. Cae con fuerza, repiqueteando contra todas las piedras que hay en el suelo, contra mi cuerpo sin piedad, y sobre todo tiñendo mi piel de ese color que tanto me sigue asustando cada vez que lo veo. Tengo miedo a la sangre, temo que una herida la expulse y algo en mi interior explote como una bomba y me transforme en algo que no soy.
Los árboles empiezan a parecer conforme las cosas se están volviendo más aciagas y traumatizantes. Sin embargo no me calman. Sus ramas están desnudas y son tan largas que se asemejan a las patas de las arañas, intentando agacharse cuando paso por debajo para engancharse contra mi ropa y levantarme del suelo. No lo permito, sino que aprieto mis dientes y aumento la velocidad de mis piernas; guardando la esperanza de llegar a un lugar seguro.
Para mi desgracia el camino no es tan rápido como quiero creer.
En el mismo instante que salto un gran agujero en el suelo, siento que no me he esforzado lo suficiente en llegar al otro lado. Mi pie llega justo en el borde de la tierra, al otro lado, mas termina por resquebrajarse y hacerme caer hacia el abismo que comienza a escupir lava y fuego. Sin embargo alguien me agarra de la mano y lo hace en el momento justo que mis ojos observan mejor lo que hay en el fondo: Cuerpo retorciéndose, llevándose las manos a la cabeza entre las lenguas de lava, y algunas serpientes de material obscuro nadan como si estuvieran en una piscina; los números tres se reflejan arbitrariamente durante los segundos en los que las criaturas vuelven a meterse en el fondo; piedras que pasan del gris triste al candente anaranjado; manos unidas a gruesos brazos de color rojo oscuro como cerezas maduras; y pájaros graznando.
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𝓗𝚎𝚕𝚕𝚏𝚊𝚗𝚐
Manusia Serigala«𝑻𝒐𝒅𝒐 𝒃𝒖𝒆𝒏 𝒉𝒐𝒎𝒃𝒓𝒆 𝒕𝒊𝒆𝒏𝒆 𝒂 𝒖𝒏 𝒅𝒊𝒂𝒃𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒆 𝒔𝒖𝒔𝒖𝒓𝒓𝒂 𝒂𝒍 𝒐í𝒅𝒐» Aunque eso sea lo que dicen las malas lenguas, lo que ellos nunca te dicen es por qué el propio diablo te elige a ti. Tampoco te explican si se...