[44] Baila conmigo, cariño...

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❝𝑫𝒊𝒎𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒆 𝒏𝒆𝒄𝒆𝒔𝒊𝒕𝒂𝒔, 𝒚 𝒍𝒆𝒗𝒂𝒏𝒕𝒂𝒓é 𝒖𝒏 𝒕𝒆𝒎𝒑𝒍𝒐 𝒔ó𝒍𝒐 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒕𝒊 ❞

Emmet Claw

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La palabra que ahora mismo casa conmigo es, nada más y nada menos que, «gilipollas». Y es que la tengo más que merecida, porque desde el mismo momento que le solté toda esa tanda de estupideces a Briana, sabía que tarde o temprano algo dentro de mí me rebotaría. 

Sería algo que, sin quererlo, marcaría un antes y un después en mi vida. Y todo porque el puto Hellfang se salió de control.

Y hoy pasaría aquel giro de ciento ochenta grado: Por ser luna llena y porque ese maldito lobo está obsesionado con una loba muy concreta.


Eliana había pasado toda esta semana intentando convencerme de que podríamos irnos a la montaña y disfrutar de los lobos —los animales—, y como estaba en vacaciones no habría toque de queda para llegar a casa. Sin embargo me salvé el viernes, la misma noche en la que la luna llena estaría brillante en el cielo como una joya, gracias a que la chica del bar me había llamado para irnos juntos a un pub nocturno. 

La morena no se opuso, sólo me recordó la historia de siempre: Que no la marque si no va a ser oficial en el futuro, que use condón y que en ningún momento se me ocurra traerla a casa. 

Eran normas que ya conocía de sobra. 

Marcar a alguien podía confundirse con esos absurdos moratones que dejaba la gente mientras succionaba la piel, pero en mi caso no es así. Eliana me informó que yo tenía sangre de Alfa de nacimiento (posiblemente por mi padre) y, por lo tanto, «marcar» significa clavar los dientes profundamente, creando un lazo de unión entre ambos. 

Si yo dejo un cardenal, sólo es por jugar un poco. 

Los lobos producimos feromonas —que no hormonas, aunque suene parecido— cuando las emociones son intensas, pero existen algunas que están inclinadas para llamar la atención. Atraes por el olor que impregnas por la salida, el sudor, el semen/flujo... lo que genera que entre lobos la potencia sea superior a la humana por pertenecer a la misma raza.

Emmet fue lo más cercano a ello y quizá por eso estaba tan obsesionado conmigo; ni siquiera le clavé del todo los dientes.

El uso del preservativo era bastante obvio. Protege de las enfermedades de transmisión sexual y, aparte, evitaba embarazos no deseados. No me veía siendo siendo un padre joven, así que eso nunca iba a faltar en mi cartera. Además que ya me volví inmune cuando la propia Eliana dijo como si nada: «Eres mitad licántropo y mitad chamán, tu corrida abrasarán si la persona tiene un trato con esas cosas asquerosas o está poseída. Dolerá mucho, pero al menos borrarás cualquier mierda. Ah, y no me lo cuentes nunca, yo sólo te informo como tu madre adoptiva».

Estuve toda una semana entera sin poder mirarla a la cara, y di gracias que con Emmet siempre usaba condón.

Y finalmente lo de no traerla a casa. La razón es demasiado o obvia: Si no sabe donde vivo, no puedes armar drama en el caso de que te deje o si decido cortar la relación esporádica. Y de paso me ahorraba que Eliana no me abollara la cabeza con sus fuertes capones.


—Hola, precioso —me halaga Hanna, quien me analiza desde la cabeza hasta los pies, deteniéndose durante unos segundos en mi entrepierna, la cual está tan dura como un pedrusco porque no me he tocado y hoy estoy cachondo perdido—. Y hola a ti también, amigote.

𝓗𝚎𝚕𝚕𝚏𝚊𝚗𝚐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora