[39] 𝙻𝚊 𝚌𝚑𝚒𝚌𝚊 𝚍𝚎𝚕 𝚟𝚎𝚜𝚝𝚒𝚍𝚘 𝚊𝚣𝚞𝚕

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❝ 𝒀𝒐 𝒑𝒆𝒏𝒔é 𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒍 𝒂𝒎𝒐𝒓 𝒆𝒓𝒂 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒆𝒏 𝒍𝒂𝒔 𝒑𝒆𝒍í𝒄𝒖𝒍𝒂𝒔 𝒚 𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒐𝒔, 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒊 𝒖𝒏𝒐 𝒔𝒆 𝒆𝒏𝒂𝒎𝒐𝒓𝒂𝒃𝒂, 𝒆𝒍 𝒐𝒕𝒓𝒐 𝒕𝒂𝒎𝒃𝒊é𝒏 𝒍𝒐 𝒉𝒂𝒄í𝒂... ❞

Anónimo

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No puedo decir que las cosas hayan ido bien desde que descubrí de la muerte de Kristal. Tampoco puedo decirlo porque, aunque fuera un poco pesada, las preguntas sobre la identidad de la mentirosa nos había turbado tanto a Emmet como a mí. Ambos nos habíamos quedado pálidos en cuanto sumamos uno y uno, dando resultado una palabra: «Falso».

Es irónico. De verdad que lo está siendo con el paso de los días, cuando realmente los cambios son ínfimos por mucho que cueste creerlo.

Aunque la experiencia de aquella noche haya sido veraz, lo que es un hecho es la falsedad de la identidad de la extraña. Ya me parecía raro notar que Kristal tenía tres lunares sobre el seno, sobre todo porque yo no recordaba habérselos visto; y había visto mucho. Todo lo demás era idéntico: Sus curvas a modo de reloj de arena, sus piernas delgadas con muslos ligeros, el tamaño de sus pechos, el comportamiento, el olor y la voz... Era casi idéntica.

Pero es mejor saber lo que pasó después de descubrir todo esto antes de centrarnos en algo; o, mejor dicho: En Alguien. 

Tras nuestro descubrimiento, tanto Emmet como yo nos quedamos medio idiotas; turbados durante el resto del día, hasta que el rubio decidió marcharse hacia casa de su padre. Aunque no sin antes hacerlo de una forma que no esperé: Dándome un beso en la boca, arrancándome el aliento, y dejando constancia de que se había contenido por bastante tiempo. 

Yo me quedé paralizado en mi sitio como si me hubieran anclado al suelo, Eliana se desternilló en su asiento con fuerza y después vinieron las ganas de estrangularlo, aunque él ya se había marchado a toda prisa. Casi parecía una novia que se volvía a casa y se despedía de su novio.

Emmet sería la novia, pero es que yo NO quiero tener pareja; no tengo tiempo, y ahora menos.

Por descontado, Eliana no hizo comentarios al respecto, aunque por alguna extraña razón —desde entonces— su buen humor emergió de la tierra como los retoños en la primavera.


El martes coincidí con Assid y nos pusimos al día: El que me acosté con una falsa Kristal, sobrevivió al incendió gracias a mí, y después sobre lo extraño de todo esto. Él por su parte me confesó que había conectado bien con Olivia, aunque la chica estaba más indispuesta que receptiva, así que decidieron tomar un café el fin de semana siguiente. También preguntó por Emmet, y yo decidí responder con un resoplido.

Lo peor llegó a la hora del patio, cuando se le ocurrió decir la idea más absurda en mucho tiempo:

—¡Seguro qué fue un alien! —afirmó con rotundidad, dándole un mordisco a su sándwich—. Están por todas partes, y dicen que normalmente las mujeres llegan a la Tierra para que los hombres las embaracen y den a luz en su planeta.

—Genial, le he comido el coño a un marciano —respondí con sarcasmo—. ¿Entonces voy a ser papá dentro de nueve meses?

—No, bobo. Sólo le hiciste sexo oral, así que dudo que se preñe; en todo caso el bebé sería de Emmet.

—Creo que no me has entendido... —suspiré y le di la espalda, ya que la conversación estaba orientada a ser absurda hasta límites insospechados.

𝓗𝚎𝚕𝚕𝚏𝚊𝚗𝚐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora