❝ 𝑻𝒓𝒆𝒔 𝒄𝒖𝒆𝒓𝒗𝒐𝒔 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒂𝒏𝒖𝒏𝒄𝒊𝒂𝒓 𝒖𝒏 𝒑𝒆𝒍𝒊𝒈𝒓𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒆 𝒂𝒄𝒆𝒓𝒄𝒂, 𝒔𝒆𝒊𝒔 𝒄𝒖𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒆𝒙𝒊𝒔𝒕𝒂 𝒍𝒂 𝒑𝒐𝒔𝒊𝒃𝒊𝒍𝒊𝒅𝒂𝒅 𝒅𝒆 𝒉𝒂𝒍𝒍𝒂𝒓 𝒎𝒖𝒆𝒓𝒕𝒐𝒔. 𝑭𝒍𝒐𝒓𝒆𝒔 𝒎𝒐𝒓𝒂𝒅𝒂𝒔 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒍𝒐𝒔 𝒅𝒊𝒇𝒖𝒏𝒕𝒐𝒔 𝒚 𝒍𝒐𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒖𝒏𝒄𝒂 𝒗𝒂𝒏 𝒂 𝒏𝒂𝒄𝒆𝒓 ❞
—Sam Odeuhell
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Desde el ataque de furia propiciado por Emmet, no he dejado de tener pesadillas horribles en las que un lobo me persigue por todo el bosque. No importa cuanto me esfuerce por huir o esconderme, ya que tarde o temprano me termina encontrando y sufro su furia entre mordidas: Los brazos, las piernas, los hombros, las rodillas, los tobillos... pero lo peor es la cara. Sentirlo en tercera persona es terrible —aunque peor hubiera sido en primera—, especialmente cuando tú estás viéndolo todo tan real que no puedes hacer nada.
El cuerpo no sigue ninguna orden.
Tu voz es muda, ni siquiera puedes gruñir.
Hay momentos en los que veo a Sam a lo lejos y, mientras me están mordiendo con saña, estiro la mano cuando él mira hacia mí. Me observa con una pequeña sonrisa, observando cómo el sabueso me ataca de forma tan atroz y, después, desaparecer una pantalla de humo y fuego; quedando su cuerpo a penas agonizando y mi alrededor todo termina por transformarse en una insondable oscuridad.
No importa lo furioso que me ponga para batallar, simplemente caigo y me mata.
Una vez. Y otra. Y otra. Y otra. Y otra. Y otra. Y otra... Es una eterna pesadilla que vivo en bucle.
El ataque de Emmet y su loba —Kryas— dejó en mi mente secuelas. A duras penas Hellfang pudo quitársela encima porque no quería soltarse de la pata, así que a Briana no le quedo otro remedio que pegarle una buena patada en la mandíbula para que dejara de actuar como cepo; Eidan, por su parte, aprovechó para aplastar al lobo con su cuerpo e inmovilizarlo temporalmente.
Puedo recordar como la conciencia, tanto mía como de Hellfang, no dejaba de entremezclar pensamientos e imágenes mentales difuminadas; extrañas. El cuerpo —en forma de lobo— no dejó de retorcerse de dolor y espasmos, casi pareciendo a una serpiente a la cual habían mordido en una zona extremadamente dolorosa; lo hacía sobre mí mismo, suplicando que dejaran de arderme las heridas. Sombras a mi alrededor encerraban el cuerpo animal en el suelo, manchado de carmín corrido por el agua, hasta que las manos de una mujer fantasmagórica fue provocando que las heridas se fueran sanando hasta dejar tres puntos a modo de cicatriz.
El dolor se tatuó tanto en mi cuerpo como en mi cerebro, pues aunque estaba sanado, el impacto trastocó la psique.
Hellfang estaba furioso y quería matar al rubio, partirle el cuello de una dentada, provocando que mi consciencia y control se interpusiera en medio para controlar el cuerpo del lobo. Me encogí sobre mí mismo para así no dejarle salir. Gritó. Hellfang no dejó de gritar conforme mi piel ardía como si estuviera febril; dolía tanto que sólo repetía frases de negación que pasaron de ser estranguladas a exteriores rugidos.
No podía permitirlo, no debía matar a nadie aunque me hubiera hecho daño. No era un asesino.
Pero lo peor de todo, lo que nadie más vio antes de que mi cuerpo terminara por desmayarse hasta que la oscuridad me atrapara por completo, fue ver a lo lejos a Sam junto seis niños más mientras me observaban con tantas expresiones distintas que no pude siquiera memorizarlas. Únicamente me centré en mi amigo, en aquella sonrisa tirante mientras se cruzaba de brazos y sacudía la cabeza a modo de negación.
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𝓗𝚎𝚕𝚕𝚏𝚊𝚗𝚐
Lobisomem«𝑻𝒐𝒅𝒐 𝒃𝒖𝒆𝒏 𝒉𝒐𝒎𝒃𝒓𝒆 𝒕𝒊𝒆𝒏𝒆 𝒂 𝒖𝒏 𝒅𝒊𝒂𝒃𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒆 𝒔𝒖𝒔𝒖𝒓𝒓𝒂 𝒂𝒍 𝒐í𝒅𝒐» Aunque eso sea lo que dicen las malas lenguas, lo que ellos nunca te dicen es por qué el propio diablo te elige a ti. Tampoco te explican si se...