[32] 𝙼𝚎 𝚎𝚗𝚌𝚊𝚗𝚝𝚊 𝚙𝚛𝚘𝚟𝚘𝚌𝚊𝚛 𝚊𝚕 𝚕𝚘𝚋𝚘

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❝ 𝑩𝒊𝒆𝒏𝒗𝒆𝒏𝒊𝒅𝒐 𝒂𝒍 𝒊𝒏𝒇𝒊𝒆𝒓𝒏𝒐, 𝒅ó𝒏𝒅𝒆 𝒍𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒎𝒐𝒏𝒊𝒐𝒔 𝒔𝒐𝒏 𝒂𝒅𝒐𝒍𝒆𝒔𝒄𝒆𝒏𝒕𝒆𝒔 𝒚 𝒆𝒍 𝒇𝒖𝒆𝒈𝒐 𝒆𝒔 𝒆𝒍 𝒂𝒍𝒄𝒐𝒉𝒐𝒍 ❞

Conri Artemas

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Si alguien ha pensado que íbamos a llegar puntuales, estaba muy, muy, pero que muy equivocado con ello. Ni siquiera nosotros habíamos previsto tal serie de infortunios. 

Desde el mismo instante que salimos de casa, preparados —o quizá no mucho— para marcharnos a ese lugar, a Assid se le olvidó su teléfono móvil cuando íbamos casi a mitad de camino de la estación. Tuvimos que ir hacia atrás y volver a empezar, lo que no me ayudó a menguar mi inquietud que intentaba amarrar con correas de fuerza dentro de mí mismo. Hellfang pasó parte del propio trayecto burlándose de lo olvidadizo que podía ser el pelinegro, diciéndome todas y cada una de las cosas que podríamos hacer en una fiesta: bailar sin camiseta para lucir el pedazo de cuerpo que cargamos, emborracharnos un poco para que se alejen los nervios, follar con chicas en un cuarto para que él quedara saciado, salir a correr en gayumbos para demostrar que no somos unos cobardes, dormir en alguna terraza para que nos baje la borrachera, nadar desnudos si hay algún lago cerca...).

Eran ideas horribles que esperaba no cometer en ningún momento.

Después de ello le siguió que perdiéramos el tren, lo que nos obligó a esperarnos cerca de cuarenta y cinco minutos en la estación, perdiendo el tiempo con todo lo que pudiéramos. ¿Por qué tenía que ser un lugar tan apartado? Bueno, la respuesta era más que obvia: Para no molestar a nadie de los alrededores, lo que quería decir que tendrían la música a todo volumen y, las posibilidades de que la gente saliera a hacer el ridículo eran altas.

Y por poco casi perdimos el tren por quedarnos medio embobados con las noticias que salían en la pantalla de la televisión de un bar: Se aproximaba una tormenta de granizo, la primera después de más de veinte años de historia. 

Preferí ignorar ese detalle. 

¿Cómo va a caer granizo, si al salir el cielo está raso? Tiene que ser un error.

Bajar del transporte fue otro problema al que teníamos que sumar a la lista: Había demasiada gente que se marchaba a las casas de campo al ser fin de semana, por lo tanto el lugar estaba abarrotado. La peste del sudor, la mezcla de perfumes femeninos y la comida de la gente que intentaba devorar a escondidas me obligaron a apretar los labios para no vomitar. Assid lo notó y sólo se limitó a darme palabras de ánimo, pensando que me mareaba el tren y que movernos no era posible —tanto por lo que abultaba mi cuerpo y la ausencia de asientos—. 

Salir fue una liberación.


Ahora, estando donde estamos, puedo ver mejor que la modestia no es uno de los puntos fuertes de los chicos más pijos y adinerados de nuestro instituto. Y eso me empuja a hacer una pregunta: Si tienen tanto dinero, ¿por qué envían a esa gente a un instituto tan mediocre? 

No tiene lógica; quizá nunca llegaré a encontrársela.

—Es enorme... —balbuca Assid con los ojos completamente abiertos, la boca desencajada y una expresión demasiado abrupta para considerarla falsa—. ¿Casa? ¡¿Casa?! ¡Eso no es una maldita casa, sino un chalet! —exclama horrorizado, al mismo tiempo que me mira y señala la infraestructura lejana con el dedo, agitándolo en todas las direcciones.

𝓗𝚎𝚕𝚕𝚏𝚊𝚗𝚐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora