[29] 𝙾𝚛𝚐𝚞𝚕𝚕𝚘 𝚍𝚎 𝚕𝚘𝚋𝚘

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❝ 𝑨𝒖𝒏𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒍 𝒐𝒓𝒈𝒖𝒍𝒍𝒐 𝒏𝒐 𝒆𝒔 𝒖𝒏𝒂 𝒗𝒊𝒓𝒕𝒖𝒅, 𝒆𝒔 𝒑𝒂𝒅𝒓𝒆 𝒅𝒆 𝒎𝒖𝒄𝒉𝒂𝒔 𝒗𝒊𝒓𝒕𝒖𝒅𝒆𝒔 ❞

John Churton Collins

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—...y eso es lo que me han contado los chicos, Sra. Artemas —explica el director Redford a Eliana—. Conri es un estudiante con una media sorprendentemente alta, es bueno en deportes y por norma general no se mete con nadie. Bueno, para qué engañarla, ¿quién se metería con alguien de su tamaño y musculatura?

—Obviamente un idiota que no tiene cerebro —comenta el padre de Emmet, Fausto Claw, con una mirada de absoluta desaprobación hacia su hijo—. Emmet tiene ese pequeño problema de meter la nariz donde nadie lo ha invitado, así que ya era hora que alguien le parara los pies de cualquier modo.

—Pe-pero Sr. Claw... —balbucea el directo contrariado—. En esta escuela nosotros no abogamos por...

—Dejémonos de tonterías y vayamos al grano, ¿está bien? —interviene Eliana desde su asiento. Lejos de estar enfadada, está un poco decepcionada por mi actitud—. Soy una mujer muy ocupada y con un tiempo limitado, así que sólo me interesa saber si esto únicamente es un llamamiento como advertencia o van a expulsar a estos críos imbéciles unos días.

Eliana, como siempre, va directa al tema. Y no es que sea precisamente una mujer con tiempo limitado, es que ya está acostumbrada a que los chicos seamos unos estúpidos en la etapa de la adolescencia. Siempre lo ha dicho, infinitas veces, y ya ni le sorprende. Quizá lo que sí lo ha hecho es que haya tenido tan poco aguante para tolerar al rubio. 

Bueno, al menos no lo he matado, aunque le haya faltado muy poco.

El director Redford se frota las manos mientras comienza a sudar, la calva le brilla y estoy seguro de que tanto Eliana como Fausto imponen bastante: Ella es una mujer de lo más imponente, y su cara de mal humor la muestra como una señora de lo más hiriente; Fausto, por su lado, es un hombre casi tan alto como yo y también inflado dentro de su polo azul celeste. 

—H-he decidido que en esta ocasión no vamos a expulsarlos, pero sí que vamos a ponerles como sanción que recojan toda la basura del instituto cuando terminen las clases —explica en un intento de sonar conciliador, aunque más bien está nervioso.

—Me parece bien —habla Fausto en tono impasible y mira a Eliana—, supongo que a ti también. ¿Me equivoco?

—Creo que es un castigo absurdo e infantil, pero me vale... por el momento. 

Las sillas dentro del despacho resuenan cuando ambos adultos se levantan y, los dos, nos observan a nosotros que estamos separados en cada punta del habitáculo. Emmet tiene los labios hinchados de color púrpura, con sangre por habérselo partido; un moratón en el ojo que le durará unos pocos días y una buena marca de dientes en el hombro. Yo no he salido ileso en esta ocasión. Tengo la marca de sus diez dedos en el cuello al rojo vivo, poniéndose lentamente en un extraño como lila; el labio también partido y un pequeño chichón en la frente por el cabezazo que me tragué para que Emmet me quitara de encima. 

Poco importa. Sano más rápido que el lobo promedio, así que lo más seguro es que dos o tres días esté perfecto. Emmet, en cambio, quizás tarde más.

Después del puñetazo, lo obvio hubiera sido parar, pero tanto él como yo ya nos habíamos enganchado a golpearnos como dos idiotas, mientras que los tres que nos acompañaban se hacían a un lado. Recuerdo que parte del equipo de rugby y las porristas —que aparecieron al rato de pelearnos— comenzaron a corear «¡Pelea! ¡Pelea!» con bastante énfasis, animándonos a ambos aunque algunos pusieran cara de dolor; como si ellos fueron los que recibieron las dolencias en su cuerpo.

𝓗𝚎𝚕𝚕𝚏𝚊𝚗𝚐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora