XIV

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Despertó con un intenso dolor en el cuerpo, podía sentir la rigidez en su espalda y las ingles entumecidas. La noche anterior había sido por demás intensa. Al intentar estirarse descubrió a Danielle durmiendo plácidamente a su lado, su respiración era tranquila y por primera vez se vio seducida por unas inmensas ganas de mirarla a detalle. Evidentemente era una mujer hermosa, reparó en sus largas pestañas, su nariz afilada, tenía los pómulos marcados, el mentón definido, su piel era tan blanca como las sábanas de su cama y su precioso cabello negro y rizado caía sobre su rostro. Era curioso cómo esa expresión firme continuaba en ella aún estando dormida, y esa cicatriz... Repasó esa herida vieja con la yema de su dedo, no pudo evitar preguntarse cómo es que había terminado con una marca tan peculiar. Se sintió tonta, estaba demasiado cerca de ella, ¿qué pensaría si de pronto despertaba? Seguramente creería cosas extrañas, además de que era totalmente escalofriante. Se puso de pie para dirigirse al baño cuando la mano de Danielle la sujetó del antebrazo.

—¿A dónde vas? —preguntó aquella voz enronquecida.

Emilia se sorprendió de verla despierta

—Al baño. —Se soltó con suavidad del contacto de su compañera y entró al cuarto de baño. Lavó su rostro, cepilló sus dientes, se puso ropa interior y una camiseta de Nirvana que había comprado hacía dos semanas en su primera visita a un bazar. Recogió su cabello con una coleta y regresó a la habitación en donde Danielle la esperaba aún recostada en la cama mirándola fijamente.

Emilia se veía realmente encantadora con ese atuendo matutino, de no haber sido por el maldito dolor de su costilla le habría hecho el amor durante todo ese día.

—¿Pasa algo? —le preguntó mientras se sentaba junto a ella.

—Me encantaría tener una impresionante historia, pero, solo es una anécdota aburrida.

No sabía a qué se refería, hasta que Danielle señaló la cicatriz de su ojo.

—Tendríamos como ocho y diez años, papá tenía una enorme colección de katanas y Grecia, como siempre, fue la mente maestra del asalto a la habitación donde estaban resguardadas. Todo era diversión hasta que, accidentalmente, acercó demasiado el sable a mi cara y me dejó un adorable recuerdo de aquella tarde. Estuve a punto de perder el ojo, pero afortunadamente papá conocía al mejor cirujano del país.

Por un instante Emilia sintió pena, al final de cuentas la había descubierto observándola. Pero se alegraba al menos de saber que esa cicatriz había sido cosa de niños.

—Vaya, imaginé que se trataba de una marca de guerra. Supongo que ya no lo encuentro tan excitante.

Danielle sonrió tan genuina que por un instante Emilia se encontró absorta por esa expresión que, podría jurar, jamás había visto en su certero rostro.

—Vístete, hay algo que quiero mostrarte.

Esta vez no se atrevió a cuestionarla. Danielle comenzaba a abrir un camino para llegar hasta ella y por alguna razón no quería dejarlo pasar. Se dio un baño rápido y al salir encontró a su compañera sacando de una pequeña maleta un cambio de ropa.

—¿Venías preparada?

—Yo siempre.

Emilia caminó hasta el buró y descubrió un frasco de medicamento sobre él, al analizarlo se dio cuenta de que eran analgésicos muy fuertes. Fue entonces que se percató de que Danielle estaba un poco sobrecogida.

—¿Es en serio, Lombardi?

—Descuida, Diciembre. Estaré bien una vez que tome esto —le dijo, quitándole el frasco de pastillas de las manos.

Adiós, DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora