XXXV

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Danielle despertó mirando el techo de aquella desconocida habitación. Observó sus alrededores y descubrió el lujo resplandeciente de aquellas paredes. Una mujer con una bata blanca estaba con ella, caminó despacio hasta acercarse para cerciorarse de que estuviera bien.

—¿Dónde estoy? —le preguntó con una expresión desorientada y temerosa.

La dama colocó las manos arriba, como si quisiera demostrarle a la chica que no representaba una amenaza.

—Tranquila, en un momento la persona indicada vendrá para explicarle.

Danielle imaginaba que no era más que otra de las trampas de Gastón. Intentó levantarse para huir de ahí pero su cuerpo aún estaba débil y la herida de su vientre dolía con intensidad.

—Por favor, tranquilícese. Aún no está en condiciones de hacer tanto esfuerzo.

Danielle descubrió que aquella mujer no era más que una enfermera. Había intentado ayudarle a volver a la cama, pero estaba tan a la defensiva que estuvo a punto de derribarla tomándola por el cuello de su filipina, hasta que escuchó la puerta de la habitación abrirse, era Umberto Navarro. Al verlo solo pudo pensar en alguien.

—Emilia...

—Lamento desilusionarte, pero mi hermana no está aquí —contestó, caminando tranquilo hasta ella, con un elegante traje color azul marino y una camisa blanca sin corbata. Tenía el tono de piel de Emilia y su cabello rubio, pero su expresión era distinta, mucho más sombría y poco amigable.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Danielle, mientras ganaba tiempo para pensar en cómo escapar de ese lugar. Sabía que Navarro no era un sujeto de confianza. Conocía sus negocios turbios y la fama mortífera que se había ganado entre los maleantes. La oveja más descarriada del rebaño.

—Bueno, para empezar un gracias estaría bien. Fui yo quien te salvó de morir congelada después de todo.

—¿Tú? ¿Cómo me encontraste?

Danielle no recordaba nada después de aquella pareja que la llevaba en su auto. Pero comenzó a pensar que quizá Navarro no tenía mala intención. Después de todo si la hubiera querido matar lo habría hecho con facilidad mientras dormía. Aun así, conocía a los sujetos como él. Siempre había un interés de por medio.

—Te he estado siguiendo.

—¿Por qué?

Umberto esbozó una sonrisa que marcaba unos hoyuelos sobre sus mejillas, muy parecidos a los de Emilia. Se sentó junto a ella acercando una silla.

—Casualmente me enteré de que habías tenido diferencias con Espinoza. Y verás, querida Danielle, cualquier enemigo de Gastón Espinoza es mi amigo. Lamento no haber llegado un poco antes.

Era de imaginarse que Gastón no fuera muy popular entre los criminales más importantes de aquella ciudad. Todo lo contrario, sus enemigos habían crecido desde el inicio de su campaña y que Navarro buscara eliminarlo no era sorpresa.

—¿Por qué no vas al grano? No estás ayudándome solo porque nos cae mal el mismo payaso.

—No, tienes razón. También supe que estás saliendo con mi pequeña hermana. Y no puedo permitir que algo le pase a la bella flor de mi padre.

—Emilia no tiene nada que ver con esto. El problema es entre Gastón y yo.

—¿De verdad lo crees? —Umberto se había inclinado hacia ella. Con esos inexpresivos ojos azules que le daban ese semblante soez y recatado—. Espinoza no tiene honor, mira cómo te dejó. No tiene respeto por nada ni por nadie ¿Crees que no intentará llegar a Emilia de alguna forma?

Adiós, DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora