XVI

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Podía ver como pasaba reiteradas veces un pañuelo azul quitando el sudor de su rostro y su cuello. Era repugnante. No podía creer que confiara en un idiota como ese para hacer sus trabajos más importantes. Estaba sentado, fumando un puro y observando la expresión despavorida en Márquez que estaba frente a él, como un niño asustado.

—Perdone, jefe, yo solo hice mi trabajo, no pensé que fuera a salir de esta forma. Después de todo seguimos el protocolo y...

El hombre de cabellos rubios y relamidos levantó una mano, indicándole que se callara de una vez por todas. Estaba cansado de escuchar siempre las mismas excusas.

—¿Tienes idea del problema en el que me metiste?

Márquez tragó saliva, conocía la fama del señor Navarro. Algunos decían que era tan o más sádico que su hermano Dante. Era comprensible que temiera por su vida.

—Por supuesto que no. Danielle Lombardi no es como los demás —continuó Umberto, mirando su patético semblante.

—Pensé que había dicho que nadie tendría un trato especial.... —musitó Márquez, que abrió sus ojos como platos al ver que Umberto se aproximaba a él con el puro a la altura de su rostro. Obligándolo a agachar su cabeza.

—¿Es mi imaginación o de pronto piensas muchas cosas?

—No pensamos que Espinoza fuera a involucrarse.

Umberto suspiró.

—Deja de decirme que mierda pensaste y que no. Cometiste un error y alguien tiene que pagar por ello.

—Pero, jefe, solo hicimos nuestro trabajo...

—Y ahora el imbécil de Espinoza me tiene en la mira gracias a ti. —Había bajado el sonido de su voz, acomodando la corbatilla del pobre Márquez—. ¿Crees que se va a quedar tranquilo después de lo que le hiciste a su cuñada? Te recuerdo que se está cogiendo a su hermana.

Márquez había intentando parecer optimista. Estaba preparado para cualquier cosa, incluso si se trataba de enfrentar a Danielle Lombardi por su cuenta. Si lo que quería su jefe era vengarse de Gastón él no perdería su temple.

—No se preocupe, estaremos preparados para eso.

—Por supuesto que lo vas a estar... —continuó Umberto, mirándolo fijamente con sus profundos ojos azules—. Ya me encargaré personalmente de Lombardi.

—¿Necesita que hagamos algo más significativo?

—Ya hiciste suficiente. Además... —El hombre rubio exhaló, dejando escapar el humo de su boca—. Voy a usar mis propios métodos. Ahora lárgate.

Márquez había salido de su despacho, Umberto continuaba de pie, junto a su escritorio. Observó la fotografía que había sobre este. En ella salía su pequeña hermana Emilia, con apenas ocho años de edad, junto a él y a su padre posando en los jardines de la mansión que había sido su hogar durante la mayor parte de su vida. Ahora todo era un fatídico recuerdo, así como lo era su padre y la pequeña que posaba junto a ellos.

Tomó la fotografía pensando en lo imbécil e imprudente que se había vuelto su hermana con el tiempo. Danielle Lombardi no iba a darle más que desgracias y estaba seguro de que en algún punto se arrepentiría de su inesperada relación. Sacó su móvil y digitó algunos números para hacer una llamada.

—Necesito que vigiles a alguien...no, de momento solo mantenme al tanto de sus pasos, ya después te diré que hacer... Emilia, Emilia Navarro.

 Emilia, Emilia Navarro

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Adiós, DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora