XLV

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—Eres un imbécil, me hiciste venir hasta aquí por nada, ¡dejé a mi hija y mis negocios todo por tus juegos estúpidos!

Caminaba de un lado a otro por su habitación de hotel, llevaba un par de días en la ciudad de Santillana del Mar siguiendo la pista de Emilia como Umberto se lo había pedido.

—Cálmate un poco, Danielle, no es bueno alterarse así. Además, yo no te obligué, fuiste tú quien tomó la decisión de aceptar.

No podía creer que había caído con esa facilidad. Imaginar a ese viejo como una especie de cupido entre ella y Emilia le hacía sentir pena. Navarro necesitaba conseguir un hobby, armar rompecabezas o coleccionar figuras de porcelana podría llegar a ser una entretenida actividad.

—Lo hice porque pensé que estaba en peligro

—¿Solo por eso?

Danielle suspiró, se dejó caer en el sofá de terciopelo de aquel elegante hotel en donde Emilia también estaba hospedada. No solía meterse en problemas por personas que no le importaban. Era claro que su corazón y sus sentimientos por Emilia eran los que la habían llevado hasta ahí, a esa ciudad lejana y desconocida. Después de haberle entregado el sobre con la información de su madre no dejó de pensar en ella, estaba preocupada por su seguridad pero también interesada por cómo iban dándose las cosas. Fue testigo de que un inicio le había ido mal, pero ahora su trato con Dalia y su familia era recurrente. Significaba solo una cosa, Emilia era feliz. Y aunque se había propuesto no interferir más en esa felicidad, estar ahí le daba cierta esperanza...

Piénsalo, Lombardi, tú misma lo dijiste, tienes una hija, negocios, una vida tranquila, ¿por qué te arriesgarías así por mi hermana si no es por...?

—Voy a regresar y vas a tener que pagarme muy bien por haberme hecho perder el tiempo.

Colgó de golpe. Tomando su abrigo, las llaves y una maleta.

El viento fresco golpeaba su rostro con suavidad, Santander estaba solamente a una hora de aquel lugar

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El viento fresco golpeaba su rostro con suavidad, Santander estaba solamente a una hora de aquel lugar. Después de unos días su madre y su hermana habían decidido ir a esa ciudad a pasar el fin de semana para que Emilia conociera su casa vacacional, y sobre todo, pasar un tiempo de calidad entre ellas.

—Solíamos vivir en Santander. Vivimos diez años en la ciudad y decidimos mudarnos a Santillana para que los chicos crecieran con más tranquilidad.

Emilia contemplaba aquel hermoso mar que comenzaba a verse desde ahí, el puerto, con enormes barcos de vela y la ciudad con edificios casi como castillos. Todo era muy distinto a su hogar.

Finalmente llegaron a su destino, la casa se encontraba cerca del centro, la fachada era blanca y tenía una enorme entrada.

—Los padres de Novak le heredaron esta casa. Pensamos que lo mejor era venderla, pero decidimos conservarla por si los chicos querían venir aquí a la universidad.

Adiós, DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora