XXXIII

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Miraba inquieta hacia la salida del aeropuerto esperando ver pronto a la directora aparecer en cualquier momento. Su vuelo estaba por despegar y ni siquiera habían registrado su equipaje. Lucía llegó agitada, con su maleta arrastrando y disculpándose por la demora. Emilia no hizo alarde, estaba aliviada de verla y que no no perdieran el vuelo. Había cosas que simplemente no cambiaban.

Después de registrar su equipaje subieron al avión. El destino no estaba muy lejos, pero la convención duraría cuatro días, cuatro largos días de convivencia casi ininterrumpida con su ex. Miraba por la ventanilla del avión y podía sentir los ojos de Lucía observándola discretamente.

—¿Estás enojada porque llegué tarde?

Emilia negó. Lanzando un prolongado suspiro para evidenciar su poca apetencia a mantener una conversación.

—Sé que la impuntualidad es uno de tus peores defectos.

—¿Y los otros? —preguntó de forma mordaz, observando un semblante de hastío en la rubia—. Fue una broma.

Continuaron en silencio durante el viaje, sus diálogos eran meramente cordiales y necesarios. Lucía no había dejado de mirarla llevada por una magnética atracción. Emilia tenía el cabello más largo ahora. Se veía fresca, renovada, incluso había ganado un poco de peso y ella no podía simplemente ignorar su profunda belleza.

Finalmente, después de algunas horas llegaron a su destino, bajaron y caminaron hacia la salida con sus maletas en donde un vehículo de renta las esperaba. Emilia tomó las llaves que el chofer le había entregado.

—¿Quieres que conduzca? —preguntó Lucía, mirándola fijamente.

—Lo haré yo. Sabes que me marea tu forma de conducir

—Eres una exagerada —replicó.

Emilia encendió el automóvil y salieron del aeropuerto para llegar a la calle principal de aquella enorme y desconocida ciudad. Activó el GPS lanzando una mirada hacia su acompañante.

—Y bien ¿en qué hotel hiciste las reservaciones?

Lucía la miró fijamente. Con todo el problema de Melissa y su agenda hecha un desastre había olvidado por completo hacer la reservación. No podía creer que hubiera olvidado algo como eso.

Emilia pudo percatarse de esa expresión.

—Es una broma, ¿no?

—Lo siento, no sé dónde tenía la cabeza pensé en pedírselo a Julieta pero también lo olvidé.

Emilia se aferró al volante con fuerza. Estaba realmente molesta, si tan solo no hubiera movido a Melissa de su puesto nada de eso estaría pasando.

—Te dije que necesitas una asistente, pudiste haberme pedido ayuda.

—No quería molestarte era trabajo de Melissa. Así que pasaba a ser mi responsabilidad.

Emilia negó, no podían simplemente quedarse a dormir en el auto.

—Llama a todos los hoteles con los que tengamos convenio debe haber algo disponible.

Lucía obedeció, eran órdenes de la jefa después de todo. Además, sentía que aquel percance era su responsabilidad. Llamó a los hoteles pero todos, al parecer, estaban llenos. No había habitaciones porque la ciudad era sede de un evento deportivo internacional y atletas de todo el mundo habían arribado aquella tarde.

—¡Mierda! —exclamó, golpeando el tablero.

Emilia continuaba conduciendo sin ningún sentido, casi en círculos. Tenía que pensar en algo. Habían perdido ya todo el día tratando de encontrar en vano un lugar para hospedarse. Finalmente, tuvo que usar sus influencias, llamó a un magnate hotelero conocido de su padre que sin dudarlo les ofreció una de las mejores habitaciones. Pero había un gran detalle que no podía dejar pasar...

Adiós, DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora