XXXVI

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Pasaron algunos días resguardadas en aquel departamento, Diana la enfermera y el chofer de Grecia eran los únicos extraños que se veían por el lugar.

Su relación era como antes, incluso ligeramente mejor sin la presión de los clubs y la agencia. Solo ellas dos, en una habitación, en su mundo.

—¿En serio cocinaste? —Danielle miraba el delicioso desayuno sobre su plato. Pan francés, tocineta, huevos perfectamente fritos junto a un delicioso aderezo que los cubría acompañado de jugo de naranja natural.

—¿Por qué te es tan difícil creerlo? Tengo mis talentos ocultos.

Danielle la miró fijamente, observó esa sonrisa traviesa y sencilla. Adoraba verla de esa forma. En pijama, sin maquillaje, con el cabello hecho un desastre siendo simplemente ella.

—No creo que la cocina sea uno de ellos.

—¿Quién crees que hizo la cena de acción de gracias en Pensilvania cuando papá no pudo llegar porque su vuelo se retrasó?

—Dijiste que la habías comprado.

—Bueno, no estaba segura de si quedaría bien así que te mentí.

Ambas comenzaron a reír, era extraño cómo la cotidianidad de los días y la tranquilidad del trabajo hacía las cosas distintas. Además, hacía tiempo que no recordaban anécdotas del pasado. Por un acuerdo tácito solían omitir aquellas experiencias, pero el ambiente propiciaba los recuerdos.

Danielle se decidió a cortar un pedazo del huevo frito y remojarlo sobre la salsa, lo hizo despacio mientras los ojos de Grecia la seguían expectante. Llevó ligeramente el bocado a su boca y una vez que estuvo ahí lo masticó despacio. Al inicio hizo una expresión de desagrado solo para molestarla. Los ojos grises de la joven se abrieron como platos dispuesta a contribuir a una nueva paliza.

—No puede ser, esto está delicioso —exclamó finalmente, notando un gesto de alivio y orgullo en su hermana—. Vamos, confiésalo, ¿dónde está la envoltura?

Grecia soltó una carcajada, dejando caer sus codos sobre la mesa con las manos en las mejillas mientras miraba a Danielle con una expresión que solo ella le provocaba.

—¿Recuerdas nuestra navidad en Oslo?

—Las mejores vacaciones de la vida. Esa cabaña era impresionante.

—Lo era, ojalá la vida pudiera ser así siempre. Solo nosotras dos, la chimenea, nada de negocios, ni teléfonos, ni nadie molestando.

Una de sus manos había llegado hasta la de Danielle, tomándola con delicadeza para llevársela al rostro.

—La vida no puede ser unas vacaciones permanentes, sería muy aburrido.

—Claro que sí, contigo todo es divertido —continuó, con esos mismos ojos chispeantes, aferrándose a esa mano para soltarle un tierno beso en los nudillos—. Hagámoslo. Volvamos a Noruega esta navidad.

Danielle, que hasta el momento había estado en una especie de trance, pensó en la realidad de las cosas. Nada de lo que Grecia había dicho volvería a pasar. Las cosas eran distintas. Ella no era la única dueña de su corazón ahora. Se quedó seria y su hermana se percató de ese repentino cambio de humor.

—Suena tentador, pero en realidad tengo otros planes.

La sonrisa se borró de su rostro, soltando poco a poco la mano de Danielle.

—¿Puedo saber cuáles son?

Danielle lanzó un largo suspiro, titubeando su mirada entre ella y su desayuno.

Adiós, DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora