XII

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Danielle acababa de llegar a uno de sus nuevos bares. El lugar era espacioso y sumamente lujoso. Grecia había estado a cargo de algunos detalles, como la distribución y los colores vívidos que rodeaban la decoración. La fiesta de apertura sería dentro de un par de días, así que todo estaba casi listo.

—Este lugar va a ser una mina de oro. Como todo lo que tocas, Lombardi.

Danielle revisaba el inventario, cuando de pronto esa repulsiva voz entró a sus oídos. De nuevo ese imbécil. Estaba cansada de que aquellos criminales rondaran sus bares y clubs.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con hastío, mirando al sujeto con la punta de los cabellos teñidos de rubio, una chaqueta de cuero y una barba de candado que le daba una expresión ruda.

Sin embargo, a Danielle no le intimidaba su presencia. Aquel sujeto no era más que un peón en ese corruptible tablero de ajedrez. Mostrarle debilidad era alimentar su falso ego.

—Vine a afinar detalles, abrirás en unos días y quiero estar al tanto de cómo vamos a trabajar.

—¿Y quién te dijo que te voy a dejar entrar? —Le hizo una señal a los empleados que rondaban por ahí para que les dieran un poco de privacidad.

Márquez sonreía, mirando a Danielle de pies a cabeza como si ella no pudiera percatarse de su indiscreción.

—Es algo que no está sujeto a discusión. Tenemos un trato muy simple, Danielle.

—Tú y tu trato —continuó, quitándole la botella de coñac que llevaba directo a su boca— se pueden ir a la mierda. No quiero tu basura en este lugar.

—Muy graciosa —dijo el hombre al imaginar que aquello solo se trataba de una broma entre colegas. Pero al descubrir la fría y vacía mirada de la chica, la sonrisa se borró de su rostro—. No puedes estar hablando en serio.

—No estoy jugando. Te di ya la mitad de mis clubs, tendrás que conformarte con eso. No voy a ceder...

—¿Ahora quieres jugar a ser una persona decente?

El corpulento sujeto se aproximó hasta ella, aquel era un reto de cuerpos que medían más o menos lo mismo. Márquez extendió su pecho como si retuviera todo el aire de sus pulmones, mientras se acercaba lentamente hasta Danielle que al ver se mostró altiva.

Sus ojos negros la miraron fijamente. Fue en ese instante que pudo darse cuenta de que las cosas no iban a quedarse de esa forma.

—Lárgate —dijo, señalando hacia la puerta—. Si te llego a ver a ti o alguno de tus imbéciles por aquí voy a ser la persona menos decente que hayas conocido.

A pesar de ser una mujer, Danielle tenía su fama. Contaba con una larga trayectoria de brazos torcidos y quijadas dislocadas. Márquez sabía que en un combate cuerpo a cuerpo estaba perdido. Pero encontraría la forma de hacerle pagar su insolencia.

Dio un par de pasos hacia atrás, sonriendo socarrón mientras alzaba su dedo índice hasta ella.

—Sabes que las cosas no son así de fáciles, Danielle. Ten mucho cuidado con lo que haces.

Finalmente, Márquez se marchó seguido de sus guaruras. Las cosas no iban a quedarse así. Aquel encuentro había arruinado su noche a lado de Emilia. Así que lo mejor era volver a casa y evitarla por un tiempo por su propio bien.

 Así que lo mejor era volver a casa y evitarla por un tiempo por su propio bien

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Adiós, DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora