"Hay que aprender que para sanar una herida, tienes que dejar de tocarla"
Emilia Navarro es la presidenta del prestigioso corporativo 24/7. Hija de una relación extramarital, tiene que aprender a sobrevivir bajo el yugo familiar de quienes intentará...
La claridad del día penetraba con insistencia por toda la habitación, ese departamento era uno de los más lujoso de toda la ciudad. La mayor parte del tiempo, ese enorme lugar la hacía sentir tan diminuta y solitaria que había pensado en venderlo o subastarlo en una cantidad mínima. Lo único que quería era que los sentimientos y los recuerdos que aún permanecían en él desaparecieran. Pero al final jamás podía, quizá porque los recuerdos eran el reflejo de lo que había vivido y no tenía deseos de olvidar aquello que la había hecho feliz por primera y única vez.
Sintió la boca seca y un ligero dolor oprimiendo sus sienes. Había abusado considerablemente del alcohol una vez más. Un vicio que había surgido a partir del declive de su vida. Abrió poco a poco los ojos, colocando la almohada sobre su rostro para evitar la luz cuando de pronto su móvil sonó. Era un mensaje de Lucía:
"Lucía: No puedo creer que dijeras todas esas estupideces. Nunca dejas de decepcionarme."
Trató de recordar lo que había hecho la noche anterior. Y poco a poco las imágenes volvieron nítidamente a su cabeza. Había dicho tantas cosas, recordaba la expresión sorprendida y avergonzada de Lucía, a Melissa, su novia, con una expresión de terror en sus ojos y la mirada asombrada de los espectadores. Se había comportado como una imbécil, no podía culparla de estar furiosa.
—Mierda... —Dejó caer el móvil a un lado, encogiéndose sobre su cama como si aquello fuera una fortaleza, cuando de pronto entró una llamada.
—Presidenta, disculpe que la moleste a esta hora...
La voz de su asistente sonaba nerviosa.
—No te preocupes, Julieta, ¿qué sucede?
—... tenemos un pequeño problema con uno de los reportajes.
Emilia suspiró:
—...bien, iré para allá. Llegaré en una hora.
Se tumbó en su cama, mirando la bóveda blanca de su techo alto y lustroso. La habitación siempre era tan fría, como si guardara todo lo que rodeaba su vida. Había sido una mala noche para beber, debió haberse ido cuando sintió que aquella fiesta no era lo que necesitaba; «lo que necesitaba», pensó. Entonces recordó aquella cicatriz, la presencia de aquella mujer de aspecto hermoso pero severo. Era bastante alta y estaba segura, por la naturaleza del saco, que debajo de esa elegante ropa andrógina se ocultaba una increíble figura atlética. Envidiable.
—Danielle Lombardi...
La conocía, había asistido a algunos desfiles de moda que ella y su hermana organizaban. La agencia de modelaje Lombardi era una de las más prestigiadas del país. Muchas de las modelos más reconocidas habían trabajado para ellas antes de salir a la fama a nivel mundial. Y con su reciente incursión en el mundo del diseño ambas eran conocidas como iconos de la moda y los negocios. Aunque en realidad era Grecia Lombardi quien se había convertido en la imagen de todo. Su belleza era inigualable, su fortuna incalculable y con todo ese poder a tan corta edad había sido una de las solteras más codiciadas por un largo tiempo. Pero poco se sabía de Danielle, que prefería mantener un perfil bajo y se movía por otro tipo de ambientes; su trabajo estaba un poco más vinculado a la gestión de bares y clubs nocturnos que también formaban parte de lo que el millonario empresario Lucio Lombardi había dejado a sus dos hijas. No iba a negarlo, solo un idiota no consideraría a Danielle como una...
—Belleza...
Se puso de pie, se dio una ducha y salió deprisa del departamento para ir hasta el corporativo y resolver el problema inmediatamente.
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