XXII

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Bebía una botella de brandy en el despacho que había sido de su padre. Sentada sobre el sillón de aquel hombre que seguramente estaría más que decepcionado de ella. Le había fallado de muchas formas, esperaba al menos cumplir la promesa que le había hecho de proteger a Grecia para enmendar un poco su deuda con él. Pero no estaba segura de poder seguir haciéndolo.

Escuchó un par de pasos aproximarse. Imaginó que su hermana finalmente había vuelto de su larga espera en el hospital. Eso solo podía significar que Gastón estaba fuera de peligro, el bastardo había salido con vida de su encuentro y estaban lejos de ser buenas noticias.

Grecia entró al despacho y observó el rostro herido de su Danielle. Llevaba un botiquín en la mano sin poder creer las condiciones en las que estaba.

—Sabía que no te atenderías. Ven aquí. —Pero Danielle no se movió, continuó inmersa en la nada. Ensimismada, como si no existiera. Sabía lo que debía estar pasando por su mente, en su lugar habría tenido la misma reacción o incluso peor. No podía creer que fuera tan estúpida como para haber enfrentado así a Gastón. Fue hasta ella, sentándose sobre su regazo para obligarla a que mirara sus ojos—. Dany, escúchame...

Ese contacto le había hecho reaccionar, arrojando a su hermana con fuerza, haciéndola caer al suelo.

—¡No vuelvas a tocarme! ¡Lárgate y déjame sola!

Grecia se llevó una mano a la rodilla, la caída le había lastimado. Danielle estaba furiosa, era la primera vez que la trataba de esa forma. Se puso de pie lentamente y caminó de nuevo hacia ella.

—Déjame explicarte.

—¡No! ya me quedó muy claro. Fui a pelear con ese imbécil para liberarte de él, ¿y qué haces? ¡Te quedas llorando a su lado! ¡Me enfermas!

—¿Liberarme de él? ¿De verdad crees que puedes hacer algo así?

La voz de Grecia había subido por sobre la de ella. Miró sus ojos y pudo sentir cómo todo se desmoronaba a su alrededor. Lanzó un suspiro y se puso de pie.

—Creí que podía salvarte, pero fue en vano. —Desvió su mirada, el dolor de su costilla comenzaba a ser insoportable—. ¡Debiste por lo menos decirme que estás enamorada de él antes de enviarme a romperle la cara por lo que te hizo!

—¡Yo no te envié a ningún lado! Fuiste tú quien no quiso escucharme, ¡nunca lo haces y mira lo que pasa!

Danielle se detuvo, analizando su expresión. Realmente había sido una tonta al sacrificarse así por ella. No podía seguir viéndola. No podía siquiera respirar su mismo aire. En ese momento solamente podía ver el reflejo de su autoritario padre, moviéndola como un maldito títere a su antojo. Obligándola a someter y torturar sujetos como Gastón, enemigos que debían saber que con un Lombardi no se jugaba.

—¡Toda mi maldita vida no he hecho nada más que seguir tus órdenes! He cumplido todos y cada uno de tus caprichos... porque te amo. Porque pensaba que solo éramos tú y yo... fui una idiota... —su voz se había quebrado ligeramente.

Grecia comprendió la magnitud de aquello entonces. Podía verlo en sus ojos, escucharlo en su voz...estaba rompiendo su corazón y realmente no podía hacer nada, salvo esperar y que la perdonara con el tiempo. Se acercó a ella como si quisiera consolarla.

—No... escúchame bien, Grecia. Esto se acabó, ¿todo es temporal cierto? Pues te tengo noticias, hermana. Nosotros también lo fuimos.  —Pasó de largo para finalmente huir a su habitación.

Grecia se quedó ahí, sintiendo como su vida se desmoronaba y era incapaz de hacer algo para detenerlo. Estaba atada, una parte de ella habría querido decirle toda la verdad pero no podía dejar de lado que tenía que cumplir su objetivo.

Adiós, DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora