XIX

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Danielle la contempló en silencio. Emilia se había quedado en mutis durante unos minutos después de haberle relatado su historia. Aún limpiaba las lágrimas de sus ojos y sostenía su taza de café con la mirada perdida. Comenzaba a entenderla en muchos sentidos y no podía juzgarla. Podía ver mucho de su historia en la historia que compartía con Grecia.

—Debo parecerte patética —continuó, limpiando las lágrimas de sus ojos y soltando una sonrisa tímida—. No me extrañaría que salieras corriendo y no volvieras a buscarme.

—Jamás podría hacer algo así...

Emilia levantó su mirada, la expresión de Danielle era tan seria como siempre, pero tenía un gesto herido.

—No entiendo cómo fue capaz de dejarte después de lo que sucedió. Ese hombre se aprovechó de ti, estabas ebria y ella solo pudo ver el engaño y no el abuso.

Emilia estaba sorprendida, en todos esos años jamás lo había visto de aquella manera. Ni siquiera recordaba cómo es que había terminado en brazos de ese hombre, su mente, su corazón y sus sentidos estaban nublados, ¿cómo podía explicar o justificar algo que no recordaba? Hasta ese momento no se había dado la oportunidad de reflexionar en torno a esa herida, para ella también había sido doloroso descubrir no solo su traición, sino ese cuerpo extraño que solamente se había colocado la ropa y desaparecido de su vida con una sonrisa de satisfacción, ¿qué era lo que en realidad le había hecho?... Sintió la mano de Danielle aferrándose a la suya, había una expresión dulce en sus ojos. Era la primera vez que podía apreciarla de esa forma.

Danielle se sentía conmovida, escuchar la historia de Emilia provocaba que reviviera muchas cosas de su pasado. La soledad y el rechazo también habían sido sus compañeros durante toda su vida. Miró a aquella rubia y descubrió entonces que quizá no eran tan diferentes.

—Nunca le había contado mi historia a nadie. Pasé años castigándome por haberle fallado. Aceptando toda la culpa. No intento justificar lo que hice, pero, te juro que no recuerdo lo que ocurrió, yo jamás pensé siquiera en hacer algo así. Porque yo la amaba, Danielle. Nunca miré a otra persona, jamás sentí deseo o amor por nadie más. Para mí todo era ella...solo ella. —Se llevó las manos al rostro, no podía detener sus lágrimas. Era vergonzoso hacerlo frente a ella. De hecho, no recordaba haber llorado así nunca frente a nadie. Se sobresaltó al sentir repentinamente aquel cuerpo sobre el suyo que le rodeaba con los brazos presionándola contra su pecho mientras acariciaba su cabeza y su espalda.

—Tienes que dejar de castigarte por eso, Emilia. Creo que ya has asumido las consecuencias de tus actos, no tienes que condenarte para siempre por ese error.

El semblante de Emilia estaba marchito, se aferraba a ella y aunque intentaba ahogar sus sollozos era imposible a esas alturas evitar la catarsis que aquel descubrimiento estaba provocando.

Danielle no supo cuánto tiempo pasó en ese estado, su camisa estaba totalmente bañada en las lágrimas de la rubia que ahora estaba en el sofá durmiendo, vencida por la fatiga del momento.

—¿En cuanto?... Perfecto... Carlo, ¿mi hermana preguntó por mí?... Bien, no le digas que te llamé.

Colgó su móvil, regresó a la sala y se arrodilló frente a Emilia. Despejó su cabello observando ese color rojizo en su nariz y pómulos. Ahora el sentimiento de querer protegerla era latente. Sabía que no tenía que involucrarse y ahí estaba, una vez más. Compartiendo un momento muy íntimo con ella y no solo eso, pensaba quedarse el resto de la tarde para estar a su lado. «Fantástico», pensó.

Escuchó que alguien tocaba a la puerta, debía ser Carlo con su orden. Sintió que Emilia se estremecía y se colocaba de pie.

—Tranquila —externó, para obligarla a volver al sofá. Observándola aún somnolienta—. Es un encargo que pedí. —Fue hasta la puerta para abrir, encontró a su asistente del otro lado, con una caja de pizza, gaseosas y algunas golosinas de su gusto.

Adiós, DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora