XVII

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"No soy yo quien

te echa de menos,

igual que no eres tú

a quien yo echo de menos.

Somos una nostalgia

de otro tiempo

y otros nombres."

Elvira Sastre

...

Había hecho de la soledad y el rechazo sus mejores amigos. Eran quienes le acompañaban en cada momento importante a lo largo de su vida. Realmente podía sentir que estar sola era su condición obligatoria dentro de la familia y que ser rechazada era algo que merecía. Así le habían educado. Recibiendo los retazos de amor de un padre que tenía poco tiempo para compartir con ella, siendo una hija bastarda que jamás podría encajar en su perfecta familia. Para una niña, aquello era un verdadero infierno. Se había acostumbrado a celebrar sus propios logros y recibir malos tratos de quienes negaban tener su misma sangre. La idea de acabar con su insignificante existencia fue concebida a temprana edad, estaba decidida a hacerlo antes de convertirse en un adulto. Pero entonces la vida, por primera vez, le sonrió.

Desde su llegada a la mansión Navarro, la desgracia y el desprecio marcaron su camino.

Eva entró abruptamente a la oficina de su padre, tenía los ojos hinchados de tanto llorar y señalaba al viejo Navarro con gran énfasis.

—¡No puedes hacerlo! —gritó, apretando sus puños con fuerza—. ¡No puedes hacerle esto a mamá!

Guillermo comenzaba a desquiciarse con esa situación, se puso de pie y caminó hasta su hija, colocando una mano sobre el hombro de su hijo Umberto que también se había levantado y estaba dispuesto a ir hasta su hermana para hacerla callar.

—Ya está hablado —la profunda voz de Guillermo salió con fuerza—. Tú madre aceptó. Y si tú tienes problema con eso, entonces puedes ir buscando un departamento para ti sola.

Negaba, había comenzado a llorar con rabia sin quitar los ojos de su padre.

—¡Estás deshonrando a tu familia! ¿Cómo puedes hacernos esto? ¡traer a tu bastarda a vivir aquí, como si fuera una de nosotros! ¿No te da pena, papá?

Tomó del brazo a su hija, aproximándola hasta él para hacerle ver que su actitud era por demás infantil y absurda.

—¡Emilia es una Navarro! te guste o no mi sangre corre por sus venas. Y tanto tú como Dante tendrán que aprender a vivir con eso.

La rubia mujer negó, logró zafarse del agarre de su padre y caminó de regreso a la puerta. Se detuvo, mirándolo fulminantemente.

—Ella jamás será como nosotros.

Guillermo sabía que esas crueles palabras se convertirían en una fiel promesa. Aun y con la diferencia de edad, ni ella ni Dante parecían sentir el más mínimo afecto por la pequeña bebé que ahora era parte de ellos.

Emilia creció bajo los cuidados de infinidad de niñeras y la supervisión de su madrastra, Gloria. La mujer le había prometido a su marido encargarse de todos los cuidados, de ver por ella e intervenir en su correcta crianza a pesar de lo que eso podía ocasionar para su reputación. Guillermo le estaba agradecido, sabía que criar a la pequeña no sería fácil porque su traición había dejado una profunda herida en el corazón de su mujer.

Adiós, DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora