Arabella
¿Estoy triste? Si.
¿Estoy llorando? No.
¿Quiero llorar? Claro.
Pero él y yo no somos nada. No debo tener razones para querer llorar. Pero, así soy yo, me ilusiono con un par de palabras bonitas.
Aprendí a controlar mis lágrimas. Agradezco el tiempo que dediqué a esto, más cuando estuve en el psiquiátrico. Dex me ayudo con eso. Lo extraño mucho.
Les contare sobre él, ya que tengo tiempo. Siéntanse importantes. Soy una mujer ocupada.
Dex. Tenia 20 cuando lo conocí. Un chico de tez blanca, ojos negros y cabello tinturado de blanco. Tenia nariz recta, algunas pecas, lunares, pero pocos. Alto, muy alto. Delgado, pero no tanto.
Era atractivo, no lo niego.
Se veía como una persona normal, pero claro, toda persona parece común y corriente hasta cuando comete alguna atrocidad y los demás comienzan a hablar peste de ella.
Fue internado por trastorno obsesivo compulsivo, esquizofrenia y trastorno afectivo bipolar. Lo sé, todo un personaje. Pero poniendo a un lado ese tema, era una gran persona. O al menos lo fue conmigo. La mayoría de enfermeras lo ignoraban, y no hacia fila para recibir medicamento porque sabían que lo escondía y después lo tiraba, así que siempre se lo daban en su habitación.
010.
Su número de celda. Perdón, habitación.
Por las noches me escapaba para visitarlo, pero tenia que robar las llaves. No fue problema.
Charlábamos por horas. Siempre me escuchaba atento y eso me encantaba. Podría hablar de libros toda la noche y a él no le importaba. Me contaba sus anécdotas y experiencias con otros psiquiatras. Imaginen su reacción cuando se entero de que iba a estudiar medicina. Me llamo loca, a lo cual le respondí que él no tenía ningún derecho a decirme esto.
Algunas veces comenzábamos con risas, pero al poco tiempo, se enfadaba conmigo y con todo el mundo en general. Era obvio que eso pasara.
Estudie todas sus reacciones y movimientos, así como las de la mayoría de pacientes de ese hospital. No tenían nada en común. Todos eran diferentes y eso me gustaba. Al menos aquí nadie quería copiar a nadie, bueno, excepto por la señora Lewis que se creía Julieta Capuleto.
Tuve tanto tiempo de estudiarlos, que, al mínimo cambio de rutina, lo captaba al instante.
Con Dex siempre nos sentábamos a pocos metros del teléfono a escuchar y mirar a quienes llamaban. Unos lloraban, otros se golpeaban. Recuerdo que alguien intento despegar el teléfono de la pared al pensar que los extraterrestres estaban con su familia. Nos reíamos, suena cruel, pero es cierto.
Cuando me sentía mal y tenia ganas de suicidarme, de nuevo, Dex nunca me impidió hacerlo. Siempre me decía que le avisara para observar y, talvez, unirse a la fiesta del suicidio. No podía hacerlo si soltaba esos comentarios. Me hacían gracia. Así que nos abrazábamos por bastante tiempo y él me daba pequeños besos en la cabeza.
Fue una de las pocas personas que llegue a amar.
Un día, simplemente deje de verlo. Les pregunte a las enfermeras, pero me ignoraban, así eran siempre. Visité mil veces su habitación y nunca lo volví a encontrar. Recorrí todo el hospital millones de veces buscando una pista. Y la encontré.
Bajo el banco en el que siempre nos sentábamos, había una nota:
"Hola intento de suicida fallido,
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Rosas Color Glaucous
Teen FictionEsquivar y aguantar críticas. Esa ha sido la vida de Arabella desde sus 10 años. Una estudiante de médicina con un corazón tan dañado que el hallar una cura no es ya prioridad para ella. Esta destruida y rota. No se siente capaz de poder seguir...