1: Inicios

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Estar en esa situación no era nueva para Amaya, ella estaba acostumbrada ha ser maltratada en todos esos años que lo han hecho. Es más, ya estaba acostumbrada que, en vez de recibir una mano de cualquier persona, recibir un puñetazo o una cachetada.

El ser ciega no ayudaba en nada, es más, lo empeoraba en todo sentido de la palabra. Las personas eran tan crueles que vendaron sus ojos con un trapo viejo y le decían que no se lo quitara por nada del mundo para que nadie viera esos posos sin vida que posee la chica de apariencia de diecisiete años. Igualmente eso era imposible de hacer, gracias a los grilletes en sus muñecas que impedían su movilidad por completo.

Su belleza más destacable, y única para los demás del pueblo, era su cabello; abundante, largo y brillante, de un color violeta que hacia tener envidia a las uvas maduras y tan brillante como el sol, al mediodía en los días de verano.

Sus ojos, aunque sin vida, eran de un rojo opaco que, si pudieran tener vida, serían los ojos más llamativos y bonitos que cualquiera hubiera visto jamás. Pero eso no compensaba para las personas que, según ellas, fueron desafortunadas al verlas; a ellos le producía asco el recordarlos.

Además de sus orejas que estaban cubiertas por unas escamas del mismo color de su cabello, pasaban desapercibidas por esa larga melena que nunca fue cortada, por lo que los aldeanos tenían la "suerte" de no verlas, menos a los encargados de bañarla.

Su altura no les molestaba, es más, es algo que les gustaba de la chica, no era baja, pero tampoco era de las mujeres más altas que han visto, 1.64 cm, esa es su altura y causaba bastantes miradas gracias a su figura delgada (gracias a la escasa comida que le dieron desde hace muchos años atrás) piel bastante pálida gracias a estar dentro de la cueva desde un comienzo.

En parte no era su culpa el rechazo que sentían hacia la chica de cabellos violeta, el ser ciega no ayudaba a nadie. No podía ir al campo a cosechar, ni sembrar, tampoco podía hacer muchas tareas domesticas sin tropezar o romper, sin querer, algo.

Amaya tenia años soportando golpes, insultos, injurias y muchas otras cosas que no venían al cuento. Pasar hambre y sed era parte de todos los días. Dormir a la intemperie, soportando el sol, la lluvia, nieve, granizo y el viento, tampoco era algo nuevo para la chica.

Aunque, no todo era así. Recuerda, con cariño, cuando tenia a sus hermanos mayores, las personas que la aceptaron como era y con los brazos abiertos ayudándola y soportando cada momento de inseguridad que acechaba a la chica. Sus manos cálidas y sus voces alumbraban la vida de Amaya de una manera que solo podían hacer esas cinco personas.

Bueno, una de ellas más que los demás. El único que, en su silenciosa manera de ser, conseguía sacarle sonrisas con solo saludar a la de pelo violeta, la integraba a los demás, la guiaba (no solo en sus pasos) si no en las cosas que puede hacer.

Pero, nuevamente, no todo es bueno en la vida. Uno de sus hermanos, que realmente quería unificar a los otros cinco, había muerto de manera desprevenida (para tres de ellos, los otros dos ya lo veían venir) Por lo que, sin saber como seguir, decidieron separarse y seguir con el legado que les dejo ese hermano mayor querido por todos.

Tres de ellos fueron a sus tribus a descansar, entre ellos estaba ese hermano especial para Amaya, el cual, se fue triste tanto por la perdida de su hermano mayor como el tener que separarse de la chica. El hermano menos y ella se quedaron a ayudar en las tierras que eran del difunto hermano mayor, no querían despedirse, pero, era necesario para seguir adelante.

Amaya: te visitaré ni bien se solucionen las cosas aquí- prometió sonriéndole al chico con la venda en sus ojos. La cual adquirió después de un intento de secuestro para obtenerlos, este tomo las manos de la chica y las acaricio con cariño.

Abi: te esperare- tras su venda pudo ver la enorme sonrisa de la chica, la cual estaba reteniendo sus lagrimas para no arruinar más el momento- Zeno, protegerla.

Zeno: lo are- dijo con convicción- nadie se podrá acercar a la chica del dragón azul- la chica se sonrojo por las palabras dichas haciendo sonreír y reír a los demás observadores de la escena.

Dos o tres veces al año ella abandonaba el castillo para ir a ver a ese dragón que le robo el corazón y los pensamientos. Por decisión de ambos no avanzaron más que eso en su relación, ella no le quería atar a su condición y el chico se sentía poca cosa para estar con la chica.

Así fue por años y, como era de esperar, el fatídico día en el que el chico cerro sus ojos para nunca más abrirlos llego. La chica estuvo presente en ese último aliento dado y sostuvo su mano con cariño en todo momento.

Ella y Zeno no habían envejecido esos años, y eso les pesaba a ambos. El día anterior ya avían empezado a sentir como la vida de sus compañeros se iban extinguiendo y como, lentamente, se iban quedando solos. Decidieron, en un impulso, el separarse e ir cada uno por su lado para seguir esparciendo sus conocimientos.

Zeno se volvió un nómade que iba por todo el territorio ayudando y siendo ayudado por todos, era el que mejor sabia del estado de los habitantes dentro de Kouka, tanto de los más pobres como los más adinerados.

En cambio Amaya se quedo en las tierras que antes eran suyas, los habitantes la aceptaron con los brazos abiertos y escuchaban con emoción todas las aventuras que vivió la chica. Aunque, unas generaciones después de su llegada, las personas se olvidaron del rey Hiryuu y, por ende, a los dragones.

Los dragones, los fuertes protectores de Kouka, pasaron a ser un simple mito. Incluso la referencia de la única dragona se esfumo como el aire, solo algunos poco sabían de su existencia, ni si quiera los de su propia tribu la respetaban. Buscaban cualquier escusa para deshacerse de ella o tratarla muy mal.

Y lo consiguieron por miles de años, tanto que la chica perdió la cuenta después de un tiempo. Por eso, cuando esa misma mañana fueron a la cueva que era su hogar desde hace siglos, no esperaba nada bueno.

Amaya: ... la hora a llegado- hablo sola ante la presencia de todos los hombres que entraban a la cueva. Las lagrimas se escapaban de sus cuenca con la alegría de saber que dentro de poco volvería a ver a sus hermanos y a él.

Inservible (Abi y Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora