Capítulo 28

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Corrimos al callejón, en el que habíamos quedado en encontrarnos todos juntos. Cuando llegamos allí, se levantaron enseguida y vinieron a ver que habíamos conseguido. Lancé la mochila al suelo y empezaron a buscar en ella.

-          ¿Funcionó? – preguntó Theon, a cerca de su invento.

-          Si, nos fue de gran ayuda- respondí, palmeando su hombro.

Miré en busca de Fayra, la cual no estaba.

-          ¿Y Fayra?

Dhara sonrió traviesa.

-          ¿Qué? - pregunté.

-          Fayra distrajo a una de las guardias por más tiempo del requerido- miró Dhara a Daryl cómplice.

-          ¿Se están...? - iba a continuar, pero me interrumpieron.

-          Si- dijeron al unisonó.

Calix estaba apoyado en la pared del callejón con los brazos cruzados e indiferente a nuestra conversación.

-          ¿Tenemos transporte? - preguntó él.

-          Hemos conseguido tres caballos de uno de los establos de la guardia- explicó Daryl.

-          Somos seis personas- dije obvia.

-          No pudimos conseguir más, llegó una tropa de soldados y salimos corriendo con lo que teníamos.

Analicé la situación, era de noche, Fayra aún no había llegado, teníamos transporte y teníamos las armas.

-          ¿Es la hora? - dije buscando que entendieran a que me refería.

-          Lo es- respondió Calix, acercándose a mí.

Un silencio se extendió durante unos minutos, todos inversos en sus propios pensamientos. Al fin marcharíamos, pero no sabíamos si volveríamos, era una dura realidad, pero habíamos sido entrenados para saber que las cosas podían ponerse feas en cualquier momento. Los miré a todos detenidamente, habíamos construido una relación entre nosotros y una más allá del trabajo, esperaba que todo saliera bien.

-          Nos encontraremos en este mismo callejón, en cuanto el campanero de la plaza de las seis campanadas del alba, nos marcharemos hacia los picos- todos asentimos ante las indicaciones de Daryl.

Y el grupo empezó a dispersarse.

No quería moverme de allí, así que me recosté en la pared y me deslicé hasta estar sentada en el sucio suelo. Todos se fueron menos Calix que se acercó y se sentó a mi lado. El cansancio me inundó y apoyé mi cabeza en su hombro, respiré tranquila mientras él pasaba su brazo por mis hombros.





La niña se levantó de una camilla, estaba confundida. ¿Se había hecho daño? ¿En qué momento?

No le dio tiempo a pensarlo mucho ya que la puerta de la habitación, se abrió.

-          Mi niña- Abu entraba con una sonrisa contagiosa.

La niña le sonrió de vuelta.

-          ¿Qué ha pasado?

-          Nada que tengas que recordar

Después de aquello le dio un beso en la frente y se la llevó en brazos a la habitación de la niña. La habitación que antes había sido del niño ahora estaba abierta de par en par y sin nada dentro.

-          Abu, me siento mal- le dijo la niña.

No se encontraba mal, pero sentía que algo malo había pasado, sentía un vacío.

-          Ahora llamaré a uno de los guardias para que te traiga algo de comer, ya verás como mejoras.

La niña asintió y se tumbó en su cama. Gruñó cuando sintió que algo se le clavaba en la espalda, un collar.

Lo cogió entre sus pequeñas manos y se lo ató en el cuello.

Y nunca más se lo quitó.





El recuerdo me acababa de dejar un mal estar en el cuerpo que no podía evitar, intenté levantarme, pero entonces llegaron todos como una ola de destrucción.





-          ¿Qué pasaría si conociera a alguien? - preguntaba la niña.

-          Déjalo a él, NO, por favor- gritaba.

-          ¡Déjame salir! - se escuchaba la voz del niño desde algún lugar.

-          Me ha hecho daño- lloraba la niña desconsolada.





Y así muchos más fragmentos de mi vida que no había recordado hasta ahora llegaron a mí, sacudiéndome en llanto y desesperación. No entendía nada, mi cabeza daba vueltas y no llegaba a ninguna parte. Grité y grité, una y otra vez. Sentí como me lanzaban un balde de agua de realidad, sentí como me habían engañado, como había sido una niña desdichada toda mi vida, como los "4 muros" nunca había sido mi hogar sino mi cárcel.

Sentí unos brazos rodearme, aunque no veía nada, seguí llorando y recordando.

Oscar era Abu. El hombre que me había encerrado ahí, alejándome de mi verdadera familia, la persona que había dejado que me dañaran, él era el hombre que me había obligado a olvidar a la única persona que necesitaba.

Lo odiaba como nunca antes. Siempre había intentado pensar lo mejor de él, al fin y al cabo, él había sido la persona que me había criado, había intentado excusar sus mierdas, sus tratos y sus acciones, pero ya no más.

Cuando pude calmarme, me lancé encima de Calix, necesitaba quitarme esa pena y él era el único que me hacía olvidar.

Lo besé con ansias moví mis manos por dentro de su camisa, pero él me paró.

-          No, tenemos que hablar.

Yo no quería hablar, yo quería dejar de lamentarme y dejar de sentir esa horrible presión en el pecho por un rato. Dejé pequeños besos en su cuello y fui subiendo a su barbilla, pero él no me dejó seguir. Deslizó su mano desde mi cintura hasta mi mejilla, y me besó, pero fue un beso tan diferente a los demás que me descolocó, era un beso dulce, lento y cuidadoso. Cuando nos separamos apoyé mi frente en la suya y cerré los ojos.

-          Le odio- le dije.

-          Yo también.

-          ¿Qué te hizo? - pregunté.

Me daba miedo la respuesta que daría.

-          Se enteró de que nos conocíamos a ti te borró la memoria y a mi...- se le notaba que no sabía cómo seguir- me cambiaron a otra habitación, donde me aislaron y me hicieron cosas que prefiero no recordar.

-          ¿Por qué? - la voz se me rompió.

-          Oscar me vio llorar cuando te llevó, era un niño y era obvio que era débil, y cuando volvió me dijo que él no había entrenado a un soldado débil, así que me hizo pasar por lo peor para volverme el animal más fuerte de su rebaño.

Me dolió saber que no quería seguir recordando aquellos tiempos, que lo había pasado mal y que a mi simplemente me habían borrado la memoria mientras a él lo torturaban.

Me subí a horcajadas encima de él y lo rodeé con mis brazos.

-          Vamos a vivir, te lo juro- le prometí.

Y era una de esas promesas que no podía asegurar, pero que cumpliría hasta mi muerte.

La Última de las MelodíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora