Capítulo 31

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El silencio inundaba la cueva contemplando el mismísimo caos que crearía las últimas palabras de la niña.

¿Había muchas personas con el nombre Oscar, no? ¿Existían muchos mentores, no? Sería solo casualidad, claro que sería solo eso. ¿Por qué si no, el mismo hombre que usaba a la bestia que se escondía dentro de la niña mandaría a un grupo de adolescentes a matarla? Sin sentido.

Levanté la vista distraídamente de las puntas de mis sandalias, que ya estaban más que destrozadas por todos los caminos que había cruzado, todas las estaciones y cambios en la materia.

Los chicos miraban a diferentes lados enfrascados en sus pensamientos. La niña se movía por la cueva de lado a lado como si no pudiese parar.

- ¿Podrías describirnos cómo es? ¿O darnos algo que nos diga quién es? - preguntó Calix.

Era el único que no parecía afectado por nada, simplemente pensativo. Al final de cuentas, él sí que había conocido el peor lado de nuestro mentor.

- Hace mucho tiempo que no me visita...- la niña puso una mueca- Años.

- ¿No tienes nada de él? - siguió insistiendo Calix.

- Puede...

La niña dejó la frase suspendida en el aire y empezó a rebuscar entre objetos que no habíamos visto anteriormente escondidos por la cueva. Miré a la niña, aún seguía desnuda por lo que me dispuse a salir en busca de una de las mantas.

Salí fuera de la cueva y me acerqué a los caballos, agarré la manta y antes de darme la vuelta sentí una respiración tranquila detrás de mía.

- ¿Qué quieres Calix? – dije mientras me giraba.

- ¿Tú también has pensado lo mismo, verdad?

Estaba serio, muy serio, lo había estado todo el tiempo.

- No quiero sacar mis propias conclusiones sin pruebas- dije encogiéndome de hombros.

El vahó salía de nuestros labios entreabiertos como pequeñas chimeneas. Me acerqué a él buscando su contacto, no teníamos mucho tiempo a solas y aunque no era el momento lo necesitaba ahí. Le rodeé los hombros con mis brazos y aunque él no hizo ningún gesto de moverse, estaba estático y enfadado, su mandíbula estaba apretada y su mirada rehuía la mía. Un puchero tonto salió de mí. ¿Qué le pasaba? Pero entonces intenté besarlo, como tantas veces habíamos hecho y se apartó abruptamente de mí.

- No es el momento- dijo Calix.

- ¿Qué te pasa?

- ¿Por qué siento que aun piensas que él es el bueno de la historia? - estaba enfadado o dolido, no sabría diferenciarlo.

No entendía nada.

- ¿Qué dices? En ningún momento he dicho eso- era la verdad.

- No hace falta que lo digas. Aun crees en él por eso no quieres sacar conclusiones, aunque estén delante de tus ojos.

Entonces me enfadé.

- ¿De que estas hablando? Simplemente no sacó conclusiones estúpidas sin saber toda la historia- irritada contrataqué.

- ¿Estúpidas, eh? Como las palizas que recibía por su culpa.

No sabía en qué momento habíamos cambiado de tema, pero los dos nos dejamos llevar por la rabia y no nos controlamos.

- ¿Por qué sacas a relucir esto ahora? - le dije con el dedo en su pecho.

- Porque estoy harto de todo esto, de los recuerdos, de las menciones, de todo. Y solo ver cómo te afecta que ese gusano pueda ser el malo de la historia, me cabrea. Sufrí todo lo indeseable por ti, mientras tu jugabas con él a los caballitos. Y ahora que lo sabes aun te cuesta pensar en que es un gran hijo de puta.

Por cada palabra que decía más me alejaba de él, como si me estuviera apuñalando múltiples veces.

- Es difícil. Fue la persona que me crio, pero te creo a ti antes que a nadie más. Yo no quise que pasara nada de aquello, ni siquiera te recordaba- su mandíbula aún seguía tensa. – Se que esto te ha afectado, pero no lo pagues conmigo, no intentes destruir lo nuestro.

Una sonrisa cruel amaneció en sus labios.

- ¿Qué nuestro? Nunca hubo un nuestro.

Y después de aquello se marchó volviendo a la cueva.

Me senté en una de las rocas que mojó mi trasero por culpa de la nieve, pero no me inmuté. Me había dolido, sabía que él no había querido decir nada de lo anterior dicho, estaba herido porque le había afectado la mención de nuestro mentor y los recuerdos le habían inundado los pensamientos, y yo había sido el blanco fácil. Pero lo último que había dicho no podía justificarlo.

Ahora solo estaba sentada, pasando frío y dolida.

Porque me había dolido más que cualquier otra cosa.

La Última de las MelodíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora