Yo, ¿salvador de la Tierra? Me parece a mí que no mucho.POL
La primavera...
Unas manos se posaron sobre mi espalda y me ayudaron a sentarme. No entendía dónde estaba o de dónde venía. Simplemente sabía que era yo. Ya no veía borroso, mi vista se había enfocado completamente y pude ver dedos de pies. Mis dedos de los pies. Los moví. Me observé las manos. Eran suaves. Sin embargo, estaban decoradas de finas líneas a las que los humanos suelen llamar cicatrices.
- ¿La primavera no es mujer? – preguntó alguien. Alcé la vista y pude ver a dos personas, las cuales me miraban intensamente y parecían incrédulos.
- Parece que no- respondió el otro. Los dos eran... eran iguales, idénticos. ¿Yo también sería igual a ellos?
- ¿Y ahora qué hacemos con el vestido que nos dejó Cris para él? No creo que le quepa.
- Tampoco parece que le haga falta, ha venido con su propia vestimenta. Rara... vestimenta.
- Hugo, no podemos llevarlo a la ciudad con esa ropa, parece que viene de un teatro medieval y que su papel era, precisamente, ser un saco de patatas.
- ¿Sí? Yo creo que más bien parece que ha venido de un teatro de Peter Pan supercutre.
- ¿Pero qué dices?
- ¡Mira! ¡A lo mejor le cabe el vestido! ¿Qué más da? ¡Eso no es lo importante ahora!
Cada vez que uno hablaba, yo lo miraba, así que me pasé mirándolos alternativamente hasta que me mareé y sacudí la cabeza. En ese momento, se dieron cuenta de que seguía ahí.
- Venga, ayudémoslo a levantarse. Seguro que tenemos algo en nuestra casa del árbol- dijo la persona a quien habían llamado Hugo. Aunque no podía distinguirlos. Uno de ellos era Hugo, estaba segurísimo.
Me alzaron y me ayudaron a ponerme en pie. Tardamos un rato. Mis pies eran torpes. Nunca había andado. Era la primera vez que me había sentado, o había mirado incluso. Fue emocionante, tantos colores verdes, mis pies descalzos posados sobre la áspera tierra cubierta de suaves hilillos de hierba. Y entonces, noté que algo se formaba en mi rostro. Una sonrisa se dibujó y en ese momento no lo sabía. No lo entendía.
A medida que íbamos andando, los humanos idénticos (como yo los llamaba), se dieron cuenta de lo lento que íbamos. Así que el que era Hugo, pero podía también no serlo, me llevó a caballito y tuve una mejor panorámica. Un pájaro azul y verde se posó sobre mi cabeza.
- Parece la versión masculina de Blancanieves.
- Cállate y sigue andando, Hugo Sánchez.
- Que me llames por mi nombre completo da miedo.
- Pues haz lo que te digo, entonces.
Hugo resopló.
Llegamos a un gran y grueso árbol. Sus ramas se alzaban por encima de nuestras cabezas y sus hojas relucían resguardándonos del sol. Entre los dos me subieron a una estructura de madera sujeta por las largas ramas que salían del grueso tronco. En pocos minutos, me encontré sentado con las piernas cruzadas sobre el duro suelo de una pequeña especie de cabaña: la casa del árbol. Había muchos trastos a los que no les podía poner nombre porque mi mente se hallaba exenta de vocabulario. Sinceramente, no sabía cómo podía entender a Hugo y a no Hugo. Los rayos del sol se colaban a través de las ventanas. Tenía muchas preguntas y no encontraba la forma de darles respuesta.
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QUIEN HACE CRECER LAS FLORES || TERMINADA
FantasíaCuatro estaciones. Cuatro elementos de la naturaleza. Un mundo contaminado y una humanidad en vías de extinción. Un ser misterioso que se esconde tras las sombras. El reloj gira en dirección contraria y se acaba el tiempo, pero ¿son ellos los que e...