Capítulo 10.

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Aprender a quererte.

Capítulo 10.

9 de Junio, 2022.

Han pasado 6 meses. 6 meses desde el primer día que no vi a Eva.
Fue un antes y un después, algo que me hizo cambiar sin yo ser consciente.

Aunque lleve cuatro meses sin saber nada de ella, sigo sonriendo como un idiota cuando su recuerdo pasa por mi cabeza.

-Hugo, date prisa, fuera ya espera el siguiente.

Asiento con la cabeza saliendo del mundo de mis pensamientos en el que me pierdo cada vez que la castaña me visita. Lola, mi jefa me sonríe al saber que me había perdido dentro de mi imaginación.

Me apresuro a terminar de peinar al pequeño perro que ahora luce un corte nuevo de pelo.
Poco después de terminar el contrato en aquel hotel, me llamaron de esta peluquería canina.
No pedían experiencia, me dieron la oportunidad y la estoy aprovechando.

Pasé el primer mes de prueba, y me hicieron un contrato de un año.
Es mucho más de lo que había tenido hasta ahora.
Y me gusta, me gustan los animales, se me dan bien.

Termino de hacerle una coletita encima de la cabeza y lo bajo de la mesa.
No tarda en sacudirse, y en sentarse, esperando que le ponga la correa para ir con su dueño.

Me gusta no tener que aguantar a borrachos, voces, insultos y demás.
Aquí el riesgo mayor es algún que otro bocado.

-Ya estás listo pequeño, vamos.

Y así es como paso ahora ocho horas al día.
Entre baños, burbujas, secadores y peines. Entre perros a los que les gusta el agua y a los que no.
Pero a todos les gustan las cosquillas detrás de más orejas, es como un calmante mágico para ellos.

Mientras paso el cepillo por el suelo, con la puerta abierta, la campanilla de la entrada suena, indicando que alguien ha entrado. Miro en mi reloj, es la hora de cerrar y no hay más citas.

-Hola guapo. -La voz de Aurora me sorprende por detrás. Me giro para recibir sus labios sobre los míos en un beso corto.- ¿Has terminado?
-Casi, dame unos minutos.

Mi novia se apoya contra el mostrador, esperando impaciente a que lleguen las 21:00h para poder salir de aquí.

Lola aparece por la puerta del almacén, maldigo internamente por la presencia de ambas.
No se llevan especialmente bien. Y no es porque hayan tenido ningún problema, sino por mi culpa.
Lola tiene unos treinta años más que yo, enseguida vio que detrás d emi sonrisa había mucho más de lo que mostraba.

En una de nuestras interminables charlas, no pude evitar contarle lo que por mi cabeza pasaba.

"-Hugo, nos van a cortar el agua unas horas por una avería en la calle, ya he avisado a los clientes. -Termino de colocar los botes de colonia en los estantes. Me giro y me encojo de hombros.-
-Vale. ¿Qué hago mientras?
-¿Te apetece un café?

Los cafés de Lola nunca eran lo que aparentaban, no era solo una taza humeante llena de ese líquido negro aclarado con leche. Eran mucho más, eran historias sobre su vida, sobre la mía, sobre la que podríamos llevar.
Y me gustaba.

Le sonrío y muevo la cabeza de arriba hacia abajo, indicándole que me gusta su oferta.
La mujer se pierde por el almacén en busca de la cafetera vieja que tiene allí, pero que sigue funcionando a la perfección.
Yo coloco dos sillas frente al mostrador, que hoy servirá de mesa.
Minutos después, aparece con dos vasos.

Aprender a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora