Capítulo 23.

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Aprender a quererte.

Capítulo 23.

21 de Junio, 2022.

Salgo de la ducha, solo con mis pantalones puestos. Mi camiseta la último vez que la vi tapaba el cuerpo de Eva, y me gsuta más verla ahí que en mí.

Apoyo ambos brazos en la pequeña encimera que hay alrededor del lavabo, frente al espejo. El cristal refleja una imagen de mí muy diferente a la que esperaba aud pudiese reflejar.
Me es imposible dejar de sonreír, me es imposible no sentir todavía sus caricias alterando el ritmo de mis latidos, su respiración acompasandose a la mía, su piel erizando cada centímetro que rozaba de mí.

Sus susurros que creaban huracanes en mi estómago, mariposas que recorrían hasta las puntas de mis pies.
Su mirada que me dejaba perderme en ese azul del que es importante escapar.

Y es que mientras me permitía besarla, mientras que soñaba con los ojos abiertos, mientras trataba de dibujarla en mi cabeza para guardar ese instante para siempre, como algo íntimo, algo solo de ella y mío, mientras flotaba sin necesidad de evadir la gravedad, me sentí bien, me sentí que no quería nada más en el mundo, que me sobraba todo lo que estaba fuera de esas cuatro paredes.
Que solo con escuchar sus gemidos, como mi nombre salía atropellado de sus labios, tenía suficiente para vivir toda una eternidad.

Y a la vez sentí miedo. Miedo que al despertar todo no fuese real, que ella se me escapase entre los dedos, que estallase la burbuja en la que ahora parecíamos estar.

Sus caricias me despertaron, pero decidí tener los ojos cerrados, disfrutar de ella, del silencio y el sonido de su corazón rebotando en su pecho.
Cuando abandonó la habitación, todo ese silencio me abrumó, y la seguí. Como si ella fuese mi vuelta a casa, siguiendo los trozos de pan que ella iba dejando al andar para que yo encontrase el camino de vuelta.

-¿Qué me has hecho?

Un leve pellizco me hace saber que todo esto es real. Que el beso en la cocina no es un espejismo, que ella me espera ahí fuera para seguir siendo los dos.
Que no importa que no me recuerde, que quiere volver a conocerme, volver a crear nuestra historia, desde cero, solo nosotros dos.
Y yo le regalo un bolígrafo permanente, para que nunca borre de mí sus besos, para que nunca borre de mí sus caricias.
Me presto a ser su libreta en blanco, para que me pinte a su antojo.

Abro la puerta del baño, dejando salir el poco vaho que se ha acumulado.
La luz del salón sigue encendida, me asomo a la habitación, que está vacía. Eva no ha vuelto a la cama.

-¿Eva? ¿Amor?

Sonrío como un idiota al escucharme, al ser consciente de lo bien que queda esas cuatro letras en mi voz al referirme a ella.

¿La quiero? Esa pregunta vuelve a surgir en mi cabeza, cada vez con una respuesta más clara.

La veo tumbada en el sofá, encogida, como su fuese un bebé.
El teléfono no deja de sonar, de iluminarse, de vibrar. Ella no se despierta para cogerlo, solo deja que siga haciendo ese ruido qud empieza a ser molesto.

Despacio, tratando de no asustarla, me siento a su lado, su respiración lejos de ser pausada, es muy rápida, demasiado, agitada. Su pecho sube y baja a una velocidad demasiado superior a lo que debería hacerlo.
Eva tiembla, se mueve.
Balbucea algunas cosas que para mí no tienen sentido.

-No... Por favor... No...

Trato de calmarla solo con mis manos, acariciando su cara, retirando el pelo que la cubre. Trato de transmitirle una paz que yo ahora mismo no siento.
El corazón me late tan rápido como a ella.

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