Capítulo 26.

671 87 16
                                    

Aprender a quererte.

Capítulo 26.

19 de Septiembre, 2023

¿Cuántas cosas pueden cambiar en un año y casi tres meses?
¿Cuántas heridas se pueden cerrar o cuántos trozos de mí se han podido recomponer?

Abro los ojos despacio, acostumbrándome a la claridad que entra por las rendijas de la ventana.
Intento no moverme al sentir el peso muerto de un brazo que rodea mi cuerpo.
Ayer fue mi cumpleaños, una fiesta que se alargó hasta casi hacerse de día.

Suspiro clavando mis ojos en el techo antes de girar la cabeza y poder mirar en silencio al chico que comparte cama conmigo. Duerme tranquilo, ajeno a la luz del día, al rugido de mi estómago y a mis ganas de salir de la habitación.

Lo miro dormir, miro su perfil, si pecho subir y bajar despacio. Sus rizos desordenados, tapando algunas partes de su rostro.
Y muerdo mi labio por dentro, me auto castigo por no poder sentir lo mismo que sentí cuando, en esta misma habitación, con otro chico, mis ojos no pudieron apartarse de él y me recorrieron miles de sentimientos distintos. Todos erizando mi piel. Todos grabandose a fuego lento en mi cabeza.

Intento salir de la cama, quitar el brazo de Gabriel de mi cintura. Él parece no enterarse de nada. Sigue durmiendo cuando yo pongo mis dos pies en el suelo y me pongo una camiseta ancha y unos pantalones cortos.

Miro una última vez a la cama, donde las sábanas aún rodean su cuerpo, donde apenas tapan sus piernas y dejan al descubierto su pecho, su espalda.

Ojalá no se confunda, no más de lo que ya seguramente lo esté.
No quiero una relación él, no otra vez.
Camino por el pasillo hasta el salón, recogiendo mi pelo en un moño al que le faltan algunos mechones.
Sonrío al ver a algunos de mis amigos durmiendo en el sofá. Los vasos en la mesa, las botellas vacías al lado.

Empujo la puerta que me lleva hasta el jardín. El sol deja sus rayos sobre mi piel y mis ojos se cierran un poco.
Vega viene corriendo hasta mí, da vueltas a mi alrededor hasta que la acaricio y vuelve a irse.

Parece que nadie más se ha despertado aún, en la pantalla del teléfono se marcan las 10:36h.
Puede que sea demasiado temprano, pero me era imposible quedarme en esa cama, volver a dormir, no podía volver a cerrar los ojos y olvidarme de pensar.

Cuando mis pies tocan el agua, cuando me siento en el borde de la piscina, me permito echar la vista atrás, recordar todo hasta el día de hoy.
Lo echo de menos, sigo echándole de menos, pero ya menos el dolor ha disminuido. Ya no es esa punzada constante que me atravesaba el corazón, ese nudo en la garganta que me asfixiaba o el apretón en el estómago que me daba náuseas.

Ahora todo es más tranquilo.
El aire se escapa de mis pulmones entre mis labios, ¿Qué hago si después de un año y tres meses sigo pensando en Hugo?
¿Cómo hago para no verlo cuando cierro los ojos?

Y parece ironía, pero que me dejase tan rota aquel día en la estación hizo que me pudiera recomponer de los trozos en los que me había convertido antes de conocerlo, antes de que apareciese en mi camino. Antes de que su presencia mejorase todo mi alrededor.

Lloré días, noches, semanas, hasta que el dolor se fue. Y con ese dolor se fue el bloqueo del recuerdo de mi accidente. Me dio fuerzas para no volver a perderme en ese mundo oscuro al que tenía claro que no quería regresar.

Fueron muchas horas de terapia, de intentar abrirme con alguien, de sacar ese bloqueo de mi cabeza. De aceptar que quizá tenía que pasar, que eso me llevó hasta algo mejor y que ahora no podía volver atrás.
Que no fue mi culpa.

Aprender a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora