Capítulo 13.

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Aprender a quererte.

Capítulo 13.

13 de Junio, 2022.

Está ahí, frente a mí, buscando el lugar por el que mi voz ha llegado a sus oídos.
Podría jurar que a pesar de los ladridos del pastor belga que no deja de saltar, Eva puede escuchar como mi corazón golpea salvajemente dentro de mi pecho.

Está ahí, a penas a cinco o seis metros de mí. Si pudiera saltar esta maldita puerta, correría para poder abrazarla, sin temerle al posible mordisco del perro.
Nada me importaría con tal de poder volver volver sentir esa descarga eléctrica al rozar su piel.

-¿Hugo?

Su voz, pronunciando mi nombre es de mis sonidos favoritos en el mundo.
Una estúpida sonrisa que hacía meses que no sé dibujaba en mis labios aparece. Se queda permanente ahí mientras avanza con pasos cortos por el jardín.

-Ten cuidado.
-Guíame.

Sonríe, buscándome con la cabeza, me apoyo sobre la puerta de metal verde. Los ladridos del perro se hacen más sonoros, incluso salta para tratar de alejarme. Pero ni un huracán sería capaz de alejarme de esta puerta ahora mismo.
Mis manos se colocan sobre la parte alta del metal.

-Girate un poco hacia la izquierda Eva. -Obecede mis palabras.- Ya, ya. -Para, quedando ahora casi en perpendicular hacia mí.- ¿Te he dicho alguna vez que me encantan tus ojos? Ese color azul es tan precioso...
-Cállate Hugo.
-Como tú. -La veo sonreír, sacando el dedo del medio mientras da un paso tembloroso.-
-¿Voy hacia delante?
-Sí, despacio y sin desviarte.

Miro cada paso que la acerca más hacia mí. Miro cada movimiento que su cuerpo hace, no veo el momento en el que llegue, abra la puerta y mis brazos la rodeen.
No veo la hora en la que pueda enterrar mi cara en su cuello.

Quiero y necesito sentir de nuevo todo lo que me hizo sentir al rozar su piel la primera vez. Esas siete mil millones de cosas. Esa electricidad recorriendo mi columna vertebral.

Sus manos llegan hasta el metal, al otro lado de las mías. Su olor ya casi puede envolverme.

-Vamos Eva, abre.

Sus manos se detienen, justo cuando escucho como llegan al cerrojo, ahora no puedo verla, la puerta no me deja.
No escucho nada más. Es como si hubiese desaparecido.
Retrocedo un par de pasos, para intentar ver si ha dado media vuelta y se aleja de mí.
No está.
Empujo suavemente la puerta, que sigue sin abrirse.

-¿Eva?
-¿Por qué dejaste de llamarme? -Su pregunta me descoloca. Yo no he dejado de llamarla, no he dejado de insistir, la última vez fue hace unas horas. Frunzo el ceño, sin entender que me pregunte eso.-
-Yo no he dejado de llamarte. Siempre que lo hacia me saltaba un maldito contestador que me decía que estaba el teléfono apagado o fuera de cobertura. -Hay un silencio de tres segundos que a mí me parece de tres minutos.-
-Eso no es verdad. Nunca tengo apagado el teléfono. -Suspiro, sacando mi teléfono, marcando su número, poniendo el altavoz y escuchando de nuevo esa maldita locución que me ha acompañado estos cuatro meses.-
-Acabo de llamarte.
-Mi teléfono está encendido. -Apoyo ambas manos en el frío metal, dejo caer la frente también contra la puerta.-
-Eva, no podría dejar de llamarte nunca. Me he vuelto loco estos meses. Siénteme. Aquí estoy.

Mi voz sale en apenas un susurro, sin entender como a mí me sale que su teléfono está apagado y ella lo tiene encendido.
Hay algo que falla y que ninguno de los dos somos conscientes de ello.

Pero ahora, ese problema es menor. Queda opacado por las ganas que tengo de volver a tenerla cerca, de que nada nos separe.
De saber en que nos deja las interminables conversaciones que hemos tenido, de saber en qué nos deja las ganas que le tengo.

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