Capítulo 1: Festival De Las Castas

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Formado en un inicio como un evento de exhibición a la supremacía de unas razas sobre otras, después de las guerras se inauguró una celebración que no apremiaría las fortalezas sino las diferencias y peculiaridades de cada raza sin distinción.

En los reinos centrales se reunirían los aventureros y equipos de combate para participar en los torneos y competencias de habilidad demostrando los resultados de su entrenamiento aspirando por los combates estelares en contra de los actuales campeones de cada reino.
Las plazas se mostrarían invadidas por los comercios de equipamiento, hechicería, ingredientes de la mejor calidad y las exhibiciones de avance tecnológico así como los espectáculos de arte y representaciones de la historia.
Para el final de la noche, los representantes, campeones y ganadores de torneos se reunirían en los alrededores de los pilares madre a jurar la preservación de la paz encendiendo las hogueras de fidelidad para demostrar a los 33 primarios que su legado y enseñanza perdura.

Sin embargo, las celebraciones no ocurrirían únicamente en los reinos centrales, los pueblos realizarían sus propios eventos y premiaciones, invitando a viajeros y equipos novatos a sus torneos y juegos con los cuales elegir a sus campeones representantes y encender sus hogueras de unión al pacto de paz con otros pueblos, reinos y razas.

Owyntown de Ostroba sería reconocido como uno de los pueblos con las celebraciones más grandes, casi semejante a un reino, donde comerciantes de distintas zonas se reunirían a promocionar sus productos con viajeros y combatientes novatos, un lugar ideal para esconder malicias.

Desde la copa de uno de los árboles circundantes, ocultando su presencia entre las ramas, hojas y sombras, un par de ojos miraban con atención a cada nuevo ingresante del pueblo, bufando al reconocer de forma inmediata a todos los que fueran novatos, viajeros y uno que otro guardia centinela; ninguno de ellos coincidía con su presa.

Surcando los cielos próximos, en maniobras sutiles y silenciosas, un alcotán de fino plumaje azabache cobrizo examinaba los alrededores alejados del rango de visión de su amo, pausando ocasionalmente su vuelo al encontrarse descubierto. Regresando cada trece minutos a donde el escondite de su amo para reportar lo observado.

El alimento y la bebida no representaron un problema para su condición, sin embargo, el tiempo de alto calor en conjunto a sus prendas oscuras transformaron cada minuto de espera en un infierno. La imposibilidad de refrescarse naturalmente era una verdadera tortura. Sus cuerpo clamaba por un descanso, su espalda no podría soportar otra hora en ese estado.

Con movimientos lentos y calculados comenzó a cambiar de posición, buscando una postura que le permitiera continuar en alerta sin exigir más a su ya dañada espalda.
Instantes después, el fiel compañero volador se hizo presente, un vistazo a sus grandes ojos amarillos de pupila ónix fueron suficiente para saber que tampoco había tenido éxito en encontrar a la presa.

Permitió al ave descansar entre las ramas del árbol, acariciando ocasionalmente la cabeza del animal en muestra de recompensa por su trabajo. Su vista y atención permaneció en la entrada del pueblo, estudiando a cada individuo que ingresaba.

— ¿Crees que Murdock se sienta cómodo en aquel establo? —inquirió en voz baja a su único acompañante, quien sacudió su cabeza y estiró las alas, se encontraba listo para iniciar un nuevo patrullaje, cosa que no pasó inadvertida— fue suficiente Bruce, es momento de investigar desde tierra.

El ave pareció comprender la orden, extendiendo las alas e inclinando el cuerpo en señal de reverencia antes de descender a las ramas más bajas y visibles del árbol, prestando atención al descender silencioso y veloz de su amo, posándose finalmente sobre su hombro una vez le observo retirarse la capucha.

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