Capítulo 27: El Plan

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La caminata se mantenía bajo un tenso e incómodo silencio, mostrándose como una visión totalmente opuesta al ambiente alegre y motivado que compartieron días antes, incluso horas antes de verse obligados a tomar caminos separados para llevar a cabo el estudiado plan.

Por el sendero ya marcado por el transitar de viajeros en el paso y otros más que los cruzaban en el presente, la marcha rígida y silenciosa, en un ambiente de incomodidad, se mantenía entre los tres caminantes.

Liderando el trayecto, manteniendo un rostro estoico e imperturbable, con paso firme y aura imponente rodeando su cuerpo, Geráki mantenía la vista al frente, ocultando parte de su rostro en con su elegante sombrero fedora negro, el resto de su cuerpo se mantenía oculto bajo conjunto de ropa elegante en tonos oscuros, en el cual, su chaleco de cuero se mantenía expuesto junto al resto de armas y equipamientos de cacería. Una señal silenciosa de ser alguien con quien mantener distancia, aún cuando se tratase de una simple fachada.

Detrás suya, con la mirada baja y la parte inferior de su rostro cubierta por una improvisada pañoleta marrón, Nerédin seguía su andar. Luchando contra la sensación de mareo ante el casi insoportable calor y fuerte luz del sol que se mostraba reinante en el cielo aquel día. Su necesidad por hidratarse de veía eclipsada por su preocupación por la tercer figura que les seguía en la marcha.

Con atuendo desaliñado, resaltando la ausencia de su característica gabardina blanca, y porte deplorable. El humano, cuyas manos y piernas se encontrasen unidas a gruesos y pesados grilletes que conectaban a una larga cadena que era resguardada por la mujer del guantelete. Su rostro se mantenía cubierto por una larga bolsa de tela marrón que, además de impedir su vista, generaba una sensación de agobio e incremento en el calor.

Su andar, torpe e inseguro, debía ser apoyado ocasionalmente por su aparente custodio, quien le susurrara bajas disculpas y algunas palabras de aliento para soportar aquel infierno.

— ¿Cuánto más hace falta?, esto es horrible —se quejó con voz lamentable, no ocultando su incomodidad ante el calor y la limitante de visión y movimiento.

— Geráki dijo que aún queda subir un poco más —con voz igualmente agotada, Nerédin susurro una pequeña respuesta, manteniendo su porte como figura guardián y escolta del usuario de magia, manteniendo la cercanía con él cada que un viajero transitaba cerca de ellos y les miraba con interés.

La ciudadela de Vereloyf destacaba de entre otras por encontrarse ubicada en un sector cercano a las altas montañas, contando con una población mayormente de razas de la alturas como las Arpías, Icaros, Dragmaros, Phironex y propios nativos de las montañas. El avistamiento de Dragones y seres de mismo carácter le convertían en un destino infaltable para viajeros interesados en la exploración, así como para guerreros sin escrúpulos que desearan efectuar un combate contra alguna de las bestias residentes.

Por los cielos, un grupo de Arpías e Icaros pasaron cerca de su ruta, vigilantes.
Desde que la ciudadela se había convertido en la residencia actual de uno de los reconocidos maestres en el control y dominio de las energías mágicas, los niveles de vigilancia, seguridad y protección se habían incrementado al punto de convertir la propia zona en una gran fortaleza.

— Sigan avanzando, eviten levantar sospechas —ordenó con voz firme y gélida el cazador que lideraba el camino.

La presencia de vigilancia aérea significaba se les estarían observando hasta llegar a la entrada principal, cualquier acto sospechoso acarrearía problemas en el plan.

Para su desgracia, sus temores parecieron ser palpables cuando un grupo de Arpías e Icaros descendieron justo enfrente suya, obligándole a detenerse junto a sus acompañantes.
Una alta arpía de brillantes plumas blancas con bordes negros fue quien rompió la formación para avanzar hasta el elfo.

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