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Comenzamos nuestro paseo por el icónico Jardín Japonés; del cual quedamos completamente enamoradas. Caminamos rodeadas por bonsáis, azaleas, kokedamas (un tipo de bonsái con forma de pelotas), orquídeas y faroles de cemento lo que fue un placer inolvidable. Asistimos al Chashitsu (casa de té): un espacio construido especialmente para llevar a cabo la tradicional ceremonia del té japonesa, completando nuestra visita recorriendo la sala de arte y el restaurante donde probamos sushi y otros bocaditos típicos japoneses (los que no me gustaron mucho a diferencia de Natalie que los disfrutó). La tranquilidad, la paz que ahí respiramos nos dejó en un estado de tal relajación que no queríamos irnos. Pero tuvimos qué, así que seguimos nuestro plan del día.

Los Lagos de Palermo (o Bosques como también se la conoce) fue nuestro segundo recorrido. Compuesto por 4 lagos y una infinidad de variedades de aves, peces y árboles, solo tuvimos tiempo de pasear por dos de estos. Uno de ellos, el que rodea al Planetario –el cual también visitamos–, fue el último. Ahí nos sacamos otra tanda de fotos, comimos de todo lo que veíamos más lo que habíamos llevado. Alquilamos esos botes con pedales y morimos de risa ya que a pesar de no ser tan profundo como para ahogarnos y saber nadar las dos, nos asustaba y daba impresión el movimiento del bote y los peces que ahí había.

En general, nos duelen las piernas de caminar, subir y bajar escaleras, pedalear, etcétera... pero regresamos a casa tan contentas y con tanto que comentar que lo físico simplemente pasa a un segundo plano. Nos divertimos, nos despejamos y eso es lo que cuenta. Ya tenemos las energías renovadas para una nueva semana de trabajo.

De camino al departamento, y a pesar de haber comido de todo, paramos en una pizzeria para comprar la cena. Una pizza de mozzarella y helado es lo que llevamos. Una vez dentro del hall del edificio y mientras esperamos el ascensor, hablamos de lo visto hoy. En un momento escuchamos ladridos que vienen de la puerta del estacionamiento, que está abierta. De ahí vemos entrar a un perro de raza, lanudo gris y blanco, que corre hacia nosotras asustándonos a ambas, pero más a mi amiga que empieza a dar grititos desesperados.

— ¡Nos va morder! ¡Cucha, cucha! —Se pone histérica.

— ¡Fuera! —Grito a mi vez, por ella.

Nat odia a los perros, les tiene pavor.

— ¡Coco, quieto! —Oímos una voz masculina dar la orden al can, que rápidamente la recibe sentándose a medio metro de nosotras. —Tranquilas chicas, no les va a hacer nada.

Cuando dirijo mi atención al dueño, siento mis mejillas arder como aquel día. Es el hombre al que atropellé hace varios días atrás.

— ¡Nos iba a morder! ¿Cómo podés dejar a una bestia así suelta? —Salta Natalie a reclamarle, mirando al perro y a su dueño enojada.

—No les iba a hacer nada, Coco no es...

— ¿Cómo sabés eso? ¡Venía directo hacia mí mostrando los dientes! —Exclama, exagerando un poco la situación.

Regalame tu Sonrisa (Libro 2) Retos Al CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora