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Paso las horas siguientes intentando conciliar el sueño, pero mis pensamientos y la frustración no me dejan. Lo que ocurrió antes —o lo que no ocurrió mejor dicho — con Uziel; me tiene en este estado de impotencia y culpabilidad.

Impotente porque lo deseo, porque estando en sus brazos sintiendo sus besos, sus caricias y su calor, producen en mí una excitación jamás sentida anteriormente. Pero es solo un segundo, un recuerdo que se cruza y todo acaba. Avanzo tres pasos para retroceder cuatro, gracias a ese pasado que se obstina en permanecer presente en mi cabeza.

Y llega la culpa. Culpa por mí , y por él, aún más.

No fue la primera vez que pasó, en cada instante que pasamos juntos esa necesidad de llegar más lejos crece. Hay ganas, tengo ganas de sentir nuevamente esa entrega, ese abandono en otro cuerpo, pero mi mente me traiciona.

¿Cómo hacer a un lado esa historia que formó parte de mi vida tanto tiempo? ¿Cómo puedo vencer el miedo, la vergüenza que me causa haber vivido todo aquello? ¿Merece Uziel estar con alguien tan marcada?

Quisiera, desearía tanto en este momento poder borrar de mi memoria el recuerdo de Hernán, y darle a Uziel la bonita versión de mí que merece tener.

Amanece, y después de no haber logrado dormir, elijo dejar de luchar y salgo de la cama. Los sombras debajo de mis ojos indican el insomnio, y para no enojarme más de lo que ya estoy; aparto la mirada del espejo.

Desayuno algo ligero, aunque la verdad no tengo muchas ganas. Mientras tanto reviso mi trabajo en mi computadora con música tranquila de fondo. En ese momento entra mi amiga, con aire relajado y sonriendo.

— ¡Buen día buen día! —Su algarabía consiguen que sonría apenas y la salude en susurros. — ¿Qué tal, tortolita? ¿Quedó algo para mí? Tengo un hambre terrible.

— ¿Uno solo? —bromeo a pesar de mi estado sombrío. —Quedó, tenés que calentar leche nada más.

—Hummm... ¡Qué rico! —Expresa agarrando de la bandeja sobre la mesa una tostada que unté con manteca y mermelada. — ¿Estás trabajando?

—Revisando detalles —corrrijo, aunque no hay diferencia. —Qué onda vos, ¿Todo bien con Adán? ¿Pelearon mucho?

— ¡Bien! —Contesta desde la cocina.

La escucho mover las cosas, abrir la heladera y la alacena, dos minutos después se sienta para desayunar.

—Creí que te quedabas un rato más con él hoy.

—Ah sí, pero tiene que salir. Me invitó pero ni loca, no quiero conocer a su familia todavía...

— ¿Por?

—No quiero —es su simple respuesta. Alza sus hombros. —A su debido tiempo.

No digo nada, y ella tampoco agrega más.

Regalame tu Sonrisa (Libro 2) Retos Al CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora