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» Decime como le explico
A mi corazón lo perdido
Sé que la culpa fue mía
Fui yo quien abrió esta herida.
No merezco lo que tengo
Voy perdiendo por ser terco
Veo tu angustia llorando
Partiéndose en mil pedazos
En mil pedazos...

Tarareando la canción de La Beriso que suena a través de los auriculares voy entrando al edificio. Es martes pero mi cuerpo lo siente como si fuera viernes. El comienzo de la semana fue muy ajetreado y lleno de actividades que me mantuvieron de acá para allá. Aunque no me quejo, hago lo que adoro, las personas con las que trabajo son muy responsables y además, me mantuvo alejada de ciertos pensamientos hacia cierto vecino que no he visto desde el domingo a la noche. 

Camino deprisa hacia las escaleras, esta parte es la que más odio de irme y llegar. El escalofrío no se hace esperar, pero lo ignoro concentrándome en la música que continúa.

» Cuantas noches de gira
Días llenos de melancolía.
Mi casa sin vos se ve tan vacía
Sé que tu amor fue tan sincero
Perdón, el mío fue tan traicionero...
Perdón el mío fue tan traicionero...
Perdón el mío fue... Tan traicionero.

Empujo la puerta saliendo por fin al pasillo del sexto. Resopló, entre cansada y aliviada de haber pasado por estas infernales escaleras. En cuanto alcanzo la puerta del departamento, siento un movimiento cerca, por lo que giro, encontrándome con Coco y su dueño.

Miro a Uziel que sonríe ampliamente hacia mí, diciendo algo que no logro escuchar. Cuando me doy cuenta que es por los auriculares, me los quito.

—Hola, perdón me olvidé que los tenía —excuso avergonzada.

—Venías concentrada...

—Algo así. —Digo, acariciando la cabeza del perro que se acercó. —Cómo estás.

—Yo muy bien, gracias. ¿Vos? Llegando del trabajo —Apunta mi maletín.

—Sí, bien. Cansada pero bien —respondo sonriéndole.

— ¿Día difícil?

—No, pero agotador. —Comento bajando la vista hacia Coco. — ¿Salen de paseo? —Pregunto viendo a Coco inquieto mirar hacia la puerta que lleva a las escaleras.

—Sí, vamos a pasear a la bestia —comenta Uziel con gracia.

—Qué feo apodo le quedó —musito sonriendo.

—A veces lo es. —Sonreímos. Por un momento nos quedamos callados, mirándonos y mirando al perro de vez en vez. —Bueno, voy a sacarlo antes de que se impaciente más.

—Claro, no lo hagas esperar.

Volvemos a mirarnos. Sus ojos amables se quedan fijos en mí, como si algo quisiera decirme.

Regalame tu Sonrisa (Libro 2) Retos Al CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora