✧ 48 [parte 2] ✧

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Lo que vendrá (2)

Al cuarto día, luego de una jornada complicada en la clínica, vuelvo a casa agotado, y con el mal humor que vengo arrastrando por este distanciamiento obligado al que me tiene, estoy que me salgo de mi propia piel. Le di millones de vueltas, buscando hasta lo más mínimo para entender qué pudo haber pasado, si hice algo, si hubo alguna cosa que pasé por alto, una fecha, cualquier cosa que haya podido enojarla, pero no se me ocurre nada. Simplemente, no veo, no adivino qué ha podido pasar, así que me rindo. Molesto, y frustrado, me digo que no voy dejar pasar otro día más sin saberlo. Ahora es tarde, y sinceramente no estoy de humor para enfrentarla por lo que mañana sin falta voy a ir buscarla. Tengo que contenerme cuando paso frente a la puerta de su departamento, sin embargo, solo miro hacia ahí, y suspirando me meto en el mío.

Pero una hora más tarde, suena el timbre, y al abrir la puerta, la encuentro ahí parada, con una sonrisa tenue, vacilante, en sus labios.

—Hola. —Me saluda, se acerca despacio y me abraza.

En el momento en que siento su cuerpo pegado al mío, todo ese humor sombrío, se disipa un poco. Solo un poco.

—Hola. —Respondo, cauto.

Maia lo percibe. Se separa de mí, apenas, para mirarme. De inmediato noto el cansancio al ver sus ojos, las sombras debajo de ellos, suaves, pero que allí están. Los indicios de que no la pasó bien en estos días, y eso genera que disminuya otro tanto mi mal humor, y crezca más la preocupación, sobre todo, cuando también interpreto al mirarla, que algo no va bien, algo que provoca que la sienta tensa; inquieta.

— ¿Estas muy enojado? —Indaga cautelosamente.

Sacudo la cabeza, negando.

—No estoy enojado... sí, muy confundido. –Admito, rodeándola con mis brazos. Ella asiente, y esconde su cara en mi pecho. — ¿Me vas a decir qué pasó? Porque no fue solo que te sentías mal del estómago, ¿me equivoco?

La escucho suspirar y asentir a la vez.

—Vengo a eso, a contarte todo... —Su voz es apenas un susurro bajo, aun así percibo en su tono que lo que sea que tiene que contarme, la tiene realmente inquieta; consternada, definiría.

Entramos, cierro la puerta con el pie, mientras Coco se avalanza hacia sus piernas, excitado por verla.

Nos dejamos caer uno al lado del otro en el sofá, al tiempo que ella saca un sobre de su bolsillo delantero y lo deja en la mesa baja. Frunzo el ceño, pero no le pregunto qué hay dentro, aunque me da curiosidad, supongo que me lo va a decir en un rato. Por varios minutos juega con el perro, lo mima, le habla con cariño y él le devuelve el mismo amor. Una vez que terminan, le ordena echarse, Coco, todo docilidad, obedece.

— ¿Cómo seguís? Imagino que no fuiste al médico como te sugerí, ¿o sí? —Inquiero, acariciando su mano.

—No, no fui —agacha la cabeza –, pero ya se me pasó bastante.

— ¿Qué pudo hacerte mal?

—Mejor dicho, qué no me hizo mal... ese día comí de todo, y mezclado...

—Y no te quedaste quieta en todo el día, saltando en el castillo infable, corriendo de acá para allá con los chicos –Añado.

—Sí, también eso. —Conviene. No me mira, lo hace, pero de reojo, como si quisiera evitar que viera de más.

— ¿Qué pasa, Maia? —Pregunto sin rodeos. —No fue solo eso la razón de tu actitud. ¿Acaso hice algo que... ?

— ¡No, no fue por vos! No sos vos... —se apresura a decir.

Regalame tu Sonrisa (Libro 2) Retos Al CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora