Capítulo XIX

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Dormí dos horas de corrido. Cuando me desperté miré por la ventanilla y todo seguía sumido en la oscuridad. Tenía por delante otras seis horas más de vuelo, llegaríamos a al hotel más o menos a las 9 de la mañana del domingo. ¿Qué habría abierto en domingo en una ciudad como Londres? Supongo que haremos turismo, pero yo no llevaba el calzado apropiado, pensé mirando los tacones de reojo.

Sentí que el bolso cobraba vida. El pobre perro se había despertado, supongo que tantas horas dentro de un bolso no le hacía mucha gracia. Lo cogí en brazos y se estiró en mi regazo.

En primera clase todo era diferente, los asientos muy amplios y cómodos, nada en comparación con los de la clase turista que si te toca en el pasillo del medio, dónde hay cuatro asientos y tú estás sentada en los del centro rodeada de gente que ni conoces, no tienes espacio para nada y encima te toca soportar ronquidos ajenos. Aquí todo era más calmado, cada uno tenía una especie de cabina con una puerta corredera, así que solté a Buster por el suelo y este después de olfatear el suelo, comenzó a caminar y al poco rato ya corría por el pasillo. Fui al baño con Buster y la cosa no acababa allí. El baño de la clase turista es pequeño, en tonos grises y casi todo es plástico y metal; aquí no, las paredes eran de color crema, había muy buena iluminación y era un espacio bastante amplio.

Dejé al perro en el suelo y yo aproveché para hacer pis, era una sensación rara tener al perro allí mirándome. Luego de tirar de la cadena y que Buster se asustara por el ruido lo cogí y lo apoyé en la taza del váter. El animalejo me miraba asustado e incómodo.

-Venga Buster, seguro que quieres hacer pis- dije hablándole suavemente- animo muchacho.

El perro no me hacía ni caso, luchaba contra mi agarre, pero de repente se quedó quieto y oí como un pequeño chorrito golpeaba contra el metal del váter.

-Muy bien- dije sacudiéndolo- premio y el perro agitó la cola.

Al salir del váter Paul se había despertado, pero aún seguía somnoliento en el sillón de cuero.

-¿No puedes dormir?- me preguntó.

-Fui al baño y aproveché para hacer que Buster hiciera sus cositas- dije volviéndome a sentar.

-Yo creo que me volveré a dormir, creo que los viajes hacen que me baje la presión y me siento muy cansado- dijo tapándose con la manta.

-Tranquilo, yo miraré una peli- dije colocando a Buster en el suelo.

Encendí la pantalla que tenía justo en frente y me puse los auriculares. No me acordaba que las películas de los aviones fueran tan malas, desenchufé los auriculares y apagué la pantalla.

Apareció la azafata y yo cogí a Buster en brazos.

-¿Desea algo señorita Green?- preguntó situándose de frente.

-Bueno quizás un zumo- dije pensativa- y si tuvieran algún donut o pan mismo, es para mí amiguito- dije acomodando a Buster en mi regazo.

-Enseguida- dijo la muchacha y se marchó.

Después de que la azafate amablemente trajera un zumo de naranja y un donut que compartí con Buster, ya no sabía qué hacer en ese avión, me estaba incomodando y desesperando a la vez. No tenía más sueño, lo único que venía a mi mente eran maldiciones hacia Alex, si no fuera por él ahora estaría en mi cama bien cómoda, no en un avión rumbo a Londres.

Mientras seguía pensando en mis cosas, noté como las lágrimas abandonaban mis ojos para rodar por mis mejillas. Alex, no podía creer que lo único en lo que podía pensar era en él. Me atreví a pensar que hubiera pasado si no lo hubiera conocido… Mi vida seguiría igual. Con solo dos diferencias: una es que Melissa se hubiera ido igual con Roger y yo seguiría en aquel piso y no en MI nuevo ático, y la otra es que tendría el corazón un poco menos magullado de lo que está ahora.

Emily Wolf ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora