Capítulo XXVIII

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En mitad de la noche, noté como el contenido de mi estómago se revolvía e intentaba buscar la salida, luché por salir de la cama ya que estaba totalmente cubierta por el cuerpo de Alex.

Intentando no despertarlo, cerré la puerta del baño lo más suavemente posible, pero era inevitable oír en el silencio de la noche a una persona al otro lado de una simple puerta de madera vomitar.

Unas inmensas ganas de que el inodoro me tragara sentí en el momento que vi a Alex aparecer por el umbral de la puerta.

Yo estaba sentada de lado con las piernas dobladas y descansaba la cabeza sobre el brazo apoyado en el borde del váter; Alex me miraba desubicado, recordándome la cara de Ana aquella mañana cuando Paul gritó que estaba embarazada.

Me sentía frustrada por no poder decirle al hombre que amaba que estaba esperando un hijo de él, me sentía mal conmigo misma por no ser capaz de decírselo, sentía que estaba traicionando el amor que había entre nosotros… en conclusión, me odiaba a mí misma.

Inesperadamente Alex se movió, cogió una goma de pelo del mueble e inexperto me ató el pelo, luego de tenderme una toalla fue hasta la cocina, cosa que deduje, y me trajo un vaso de agua.

-Bebe despacio- me dijo sujetando el vaso con una mano mientras me retiraba un mechón de pelo que caía por mi cara.

Posé mis manos sobre las de él insegura, se percató de que me temblaban las manos y no retiró la suya; di unos pequeños sorbos que parecieron asentarse en mi ahora vacío estómago.

-Estoy mejor, gracias- dije con un hilo de voz.

De repente, las náuseas volvieron a convulsionar mi cuerpo y hundí la cabeza en la porcelana blanca.

Alex había dejado el vaso a un lado y se había sentado a mi lado con las piernas abiertas apoyando la espalda contra la bañera, cuando me recuperé y tranquilicé, me apoyó contra su pecho y me hundí entre sus bíceps.

Tal y como haría con un niño pequeño, Alex me besaba el pelo y me acunaba, que contra todas mis expectativas pareció relajar el ardor de mi estómago.

-No sé para qué hablas- dijo arrancándome una sonrisa- llamaré a mi médico para que hoy mismo te venga a visitar- dijo poniéndose de pie.

-¡NO!- grité y Alex me miró acusante- ya tengo hora para hoy- dije así intentando tranquilizarlo- seguro que es una simple gastroenteritis- y volví a mentir.

-Bueno, en cuanto salgas del médico llama a Jackson te pasará a buscar- dijo ayudándome a ponerme de pie- ahora a lavarse los dientes e intentar dormir- dijo acariciándome la cara.

Esperé a que Alex se hubiera metido en la cama y yo me volví a quedar sola frente al espejo, sola con mi peor enemigo, mi reflejo.

Se me veía cansada, ojerosa y de muy mal aspecto en general. Me lavé los dientes con mucha parsimonia y me metí en la cama.

Alex enseguida notó mi presencia y como de costumbre me apretó contra su cuerpo, dejé que sus manos vagaran libres por toda la superficie de mi piel. Era una agradable sensación la que me proporcionaban las manos hábiles de Alex, que dejaban un rastro de calor a su paso. Errantes sus dedos rozaban cada rincón de mi anatomía, desde mis muslos, pasando por las caderas, deslizándose por mi espalda para perderse en mis pechos; pero en el momento de bajar y tantear mi vientre, instintivamente me arqueé con tal de evadir el contacto.

Me giré y me encontré con el mar de los ojos de Alex, en los cuales se reflejaba la mortecina luz que entraba por la ventana.

Emily Wolf ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora