Capítulo 20

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El comienzo de diciembre no se hizo esperar. El frío ya era algo diario y normal. Durante las mañanas mis pies aplastaban la escarcha que que se formaba cuando el rocío se congelaba. Pronto los pantalones deportivos se verían reemplazados por los exclusivos para la nieve.

Solo ella no dejaba que aquella temperatura despiadada le afectará en su guardarropa. Virginia jamás perdería su encanto y elegancia.

Me encontraba algo adormecido mientras la esperaba en la entrada del instituto, había descansado bastante, mas los dos exámenes que tenía hoy me ponían los pelos de punta. Todo el mundo amaba la cercanía que existían con las fiestas pero pocos recordaban que la primera quincena de diciembre era extremadamente estresante por el cierre de trimestre. El sueño parecía desaparecer cuando mis ojos se clavaron en la pequeña pero extraordinaria chica que se acercaba cuidadosamente procurando no resbalar y sujeta firmemente al brazo de su hermano.

Llevaba unos pantalones oscuros pegados al cuerpo aunque gruesos para impedir que la dueña tiritará, un saco del mismo color con un corte juvenil la abrigaba y el pañuelo en su cuello sumados a los detalles en sus botas sacaban al diseño la monotonía de colores oscuros ya que se trataba de un blanco crema en ambos casos. Sus mejillas estaban rojas del frío y su nariz se veía pequeña. Me acerqué a ella 

- Buenos días, Vir - mencioné cuando me hallaba frente a la muchacha. Me devolvió el saludo y su mano buscó la mía para poder ser guiada. Estaba helada, ella no temblaba o mostraba signos de tener frío aunque los extremos de sus dedos decía lo contrario.

¡¿Con todo el dinero que tenía su hermano y la familia a la que pertenecía no podían comprarle un par de guantes?!  

Muchos eran los casos donde el dinero de la herencia era lo que unía a los convivientes de un hogar, sin embargo Virginia y aquel chico demostraban que su vínculo no se debía al interés. Los números de su cuenta no pudieron evitar que solo fueran ellos dos contra el mundo. La nostalgia se apoderó de mi cuerpo y el calor de la envidia, requerir tener a alguien cercano como eran ellos dos, expulsó el frío de mi ser.

El primer examen había quedado atrás, era imposible negar que había nacido con las operaciones resueltas en mi cabeza. Adoraba tener la capacidad de terminar una evaluación de Física en 27 minutos cuando los demás le suplicaban al profesor un rato más para tratar de finiquitar un problema que no tenía solución lógica según ellos. Ahora la profesora de historia estaba repartiendo las 4 paginas que consistían su prueba.

Definitivamente detestaba la historia. Aquella profesora tenía una deficiencia de audición que nos permitía a todos gritar las respuestas que creíamos saber a cambio de las que no conocíamos. Los minutos pasaban y el examen lo había rellenado con las cosas que recordaba de mis resúmenes mal hechos y llenos de colores para exaltar las palabras claves. Por más que preguntaba acerca del ejercicio sobre la opinión de Churchill, nadie encontraba la frase indicada.

Buscaba las palabras en mi cabeza cuando me distrajo la melena cobriza de la chica sentada delante de mí. Como todos los exámenes, estaba con las manos en el regazo, respirando hondo. A Vir la evaluaban en horas extraescolares con dictados orales.

El silencio se adueñó de la sala, se notaba espeso y cargado de pánico. El ejercicio en cuestión valía todo un punto, era el punto que debatía si reprobabas aquel trimestre o salías victorioso con un 5.

- Churchill dijo "Hemos preferido el deshonor a la guerra, ahora tendremos el deshonor y también la guerra". - susurro la no vidente con voz delicada pero ronca, dándole a el silencioso abrumador una nota de asombro y una pizca de extrañeza.

Mis ojos y los de mis compañeros se abrieron de la sorpresa pero el impacto se difuminó y todos empezaron a escribir las palabras tan valiosas que habían salido de su boca. Una vez la mayoría entregó su cuestionario se especulaba acerca de Virginia y cómo olvidaron que ella sería una gran fuente de respuestas si quisiera.

Muchos especularon sobre su abrumadora inteligencia, memoria y, por supuesto, su encanto. La frase del político que tuvo su mayor auge durante la Segunda Guerra Mundial consiguió que Virginia Vitali se llevase los comentarios del día.

Narra la Pianista

- La muerte rondaba el pequeño pueblo  - me dije a mi misma. Aquel hecho que muchos relacionaban con la vejez, aunque no había nada más erróneo. Muchos no poseían la suerte de morir rápida e indoloramente y yo tenía más experiencia en eso de lo que deseaba.

La desesperación que la muerte provocaba cuando no terminaba su trabajo, cuando acecha aunque sin finalizar su asedio, era un arma asesina que hería lentamente.

Fui a ver como la muerte se llevaba a la una persona que no se lo merecía. No me agradaban los funerales. En un pueblo chico todos asistían a estos eventos cuando alguien faltaba y debes hacerlo con la vestimenta correspondiente.

Me enfunde en un vestido negro que terminaba sobre mis rodillas acompañado por unas medias largas para esquivar la helada tarde, unas cálidas botas y un tapado que hacia tiempo no utilizaba, me arropó dejando cubierto el vestido.

Decidí no acercarme a la multitud y quedarme refugiada entre los árboles que se hallaban en la plaza de la iglesia. Se olía la tristeza y la ignorancia en personas que creían que era una pérdida de tiempo.

- No ignoren lo que será parte de su existencia cuando menos se lo esperen - quise decirles mientras el frío se intensificaba y el viento emanaba sacudiendo mi melena cuando las nubes rugían.


Sácame de las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora