Capítulo 25

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Narra Diana

La clase estaba siendo reemplazada por divagaciones y sueños, por lo menos en mi cabeza ocurría eso. Mi cansancio era extremo, no me agrandaba no estar atendiendo pero el alma me pesaba demasiado como para levantar la cabeza.

Era ilógico hablar de pesadez en mi cuerpo ya que la flaqueza era evidente. Mis ganas de vivir se evaporaban segundo a segundo y no podía poner fin al martirio. No sabiendo que los que me rodean sufrirían solo porque mi ser cobarde no puede con la carga que la vida me encomienda.

Observó como el polvo del aula se intensifica y pierdo la visibilidad. La espesa neblina empieza a ahogarme y varios puñales me atraviesan o eso siento ya que un dolor letal se instala en mi pecho. Solo oigo la voz de él a mi alrededor y pronto la luz desaparece arrastrándome a un lugar sin salida

¡Ayuda! ¡¡Ayúdenme, por favor!! ¡¡Caleb... sácame de aquí!!

El aire volvió a mis pulmones y una gota de sudor recorrió mi sien cuando me levanté abruptamente y analicé que todo era una pesadilla. Entre temblores y lágrimas me dirigí al salón. Un pequeño alivio se apoderó de mí al ver aquel objeto que me liberaba transportándome hacia los momentos mágicos de mi vida...

Narra Caleb

Una llamada entró a mi móvil, despertándome. Por cuarta vez en la semana me quedaba dormido en el escritorio investigando y atando cabos sobre las vidas de mis compañeras. Buscando sombras donde hay claridad.

Tanteé en la cama buscando el aparato y el tomarlo descubrí que la que me llamaba era Diana.

Algo no va bien...

- ¿Sí? - le pregunto. Del otro lado de la línea solo se escuchan gemidos y llanto. 

- Caleb... ¡mi niño! Tienes que venir... Diana está hospitalizada, ¡por favor! - La voz de Rosa se cortaba dejando paso a las lágrimas mientras yo me encontraba en shock.

Tras consultarle donde se hallaba internada, supe que era en el municipio más cerca de aquí. Traté de calmarla a la par de que buscaba un abrigo y salía corriendo a la habitación de mis padres.

- Mamá... debo irme al hospital, Diana está ingresada - le mencioné. Vislumbre la pequeña silueta de mi hermano  a la izquierda de ella.

- ¿¡Cómo...!? - dijo al despertarse sobresaltada - Tú te vuelves a la cama ahora mismo y te dejas de pavadas que son las tres de la mañana.

- Dalia - intervino mi padre - no le ocurrirá nada y su mejor amiga lo necesita - rebatió apoyándome.

Mis fuerzas al pedalear eran incomprensibles, no sabía como a esas horas podía estar tan desesperado y despierto para llegar en menos de media hora.

No sé porque todas mis hipótesis rondaban la sobredosis de algún estupefaciente o que había sido abusada. Eso era lo más leve que imaginaba y la culpa me carcomía por no estar a su lado, apoyarla y respaldarla en el mundo salvaje donde se había metido.

No me molesté en dejar atada la bici y entré tan rápido al hospital que las luces me cegaron. Toda la sala y la administración estaban vacías, tuve que tocar el pequeño timbre del escritorio para que alguien se presentará. Llegó una enfermera joven que me pregunto que necesitaba.

- Le ruego que me diga cuál es la habitación de Diana Álvarez, es una chica recién ingresada proveniente de otro pueblo. Su DNI es...

- Tranquilo, muchacho. Sé a quién te refieres, solo necesito saber cuál es el parentesco con la paciente. -

- Soy su mejor amigo, casi un hermano para ella - dije mientras me tomaba la melancolía. Yo no quería ser su hermano, quería ser mucho más - su madre me conoce. Ella me llamó y si no me cree lo puede verificar.

La mujer no puso ninguna objeción y mencionó que era la habitación 257 que se encontraba en la tercera planta. Al hallarla, entré sin preámbulos y encontré a mi querida Rosa con los ojos llorosos mientras sostenía la mano de su hija.

Empezaron los lamentos acompañados de las clásicas frases de Rosa como "Ay, mi hijo" que recalcaban su origen latino. Contuve mis deseos de zarandear a Diana y pregunte a su madre que había pasado.

- Yo no he visto nada. Cenó temprano y me dijo que esta noche saldría. Al ver que no lo hacía me metí en su cuarto y descubrí que se había dormido arriba de la sábanas. Conoces el sueño pesado que sufre tu amiga por lo que no me preocupé y fui a descansar. - Tomaba aire con dificultad. No la había visto desde que Diana me comentó su condición y eran horribles los cambios.

La joven y atractiva mujer, porque era cierto que tenía la misma figura encantadora que su hija y no superaba los 40 años, acarreaba un cuerpo débil y frágil, el pañuelo blanco disimulaba la falta de cabello a raíz de la quimioterapia y sus ojos marrones se asemejaban al negro debido al
cansancio.

- Me desperté cuando llamaron al timbre, para darme prisa no pase por el comedor si no por la cocina. Al llegar a la puerta escuche como la voz masculina llamaba a Diana. Abrí y me encontré a un chico que estaría entre los 27 años. Empezó a disculparse y alegó que no quería molestarme pero a mitad de frase se cortó para contemplar un punto fijo del salón.

El la descubrió desplomada en mitad del lugar y la llamaba sin cesar. Al ver que no reaccionaba me ordenó que me adecentará mientras él la colocaba en el coche e íbamos a urgencias.

Yo estaba paralizada así que fue él quien se ocupó de todo en tanto calmaba la agitación de mi pecho. Para cuando me di cuenta, ya se había esfumado, sólo sé que dejo todo pago pero las recepcionistas no me dan más información - concluyó.

Le recomendé a Rosa que descansara y que fuese a por agua. Permanecimos toda la noche a su lado y no pude evitar tomar sus manos entre las mías. No amanecía aún cuando el médico trajo el informe.

Nos aseguro que todo iba de maravilla, los análisis y pruebas no mostraban daños graves. Ella solo padeció un ataque nervioso, donde su cuerpo fue consumido por el cansancio y la rutina diaria, buscando la manera de liberar esa pesadez. Despertaría cuando su cuerpo se hallará fresco.


Sácame de las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora