Capítulo 21

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Durante el recreo, que se realizaba en el salón debido a las bajas temperaturas, todos acudieron alrededor de Virginia y la clase quedó despoblada.

La miré disimuladamente para constatar que no se agobiará y que no necesitaba mi ayuda. Tanto piropo de parte de sus compañeros hacía que sus mejillas se colorearán en un tono similar al de su cabello, sin embargo, sabía por aquella sonrisa pícara pintada en su rostro, que la modestia que transmitía era falsa y le fascinaba ser el centro de atención.

Siempre fue el centro de atención. Un aura serena no combina con su potencia y arrogancia. Dejé que se sintiese a gusto en su zona de confort por un rato... 

Algo me extraño momentáneamente.

 ¿Cómo la conocía tan bien?¿Desde cuando intuía sus sentimientos? Supuse que entre mis investigaciones y las escasas pistas que me daba estaba comprendiendo poco a poco su ser.

Despegué mis ojos de sus facciones para mirar al vacío del aula cuando una chica a la que desconozco, como si no hubiese pasado toda mi vida junto a ella se atravesó en mi camino...

Diana estaba mirando, melancólicamente, el pupitre. Allí escribía con un lápiz algunos datos. Como si una cuenta matemática no fuese a darle resultado, apoyó su cabeza en su palma con cansancio y dejó salir un suspiro.

Vestía un jean con un abrigado suéter de lana y una botas con piel que lograba que mis pies tuvieran envidia. Su característico recogido mal hecho y sujeto con un broche, no podía faltar.

Giró, despreocupadamente, su cabeza y sus impresionantes ojos almíbar se posaron por los míos. Aquel momento fue de lo más vigorizante, desde nuestra conversación en las calles del casco antiguo no había tenido ni una mirada o acercamiento. El corazón se me quebraba al verla tan débil. Extrañaba su bonita sonrisa.

- Hola bonita - la saludé con mi mirada. El ceño fruncido que tuve por respuesta hizo que siguiera - Vale, no te enojes. ¿Cómo te encuentras? - Aunque río con mis disculpas, la pregunta caló en ella y la tristeza se apoderó de sus rasgos - ¿Qué puedo hacer?

- Nada... - me anunciaron sus iris tratando de contener las lágrimas

- No dejaré que tú bajes los brazos. Si tú sigues luchando, me ocuparé de mantener esa sonrisa - le propuse en gestos. Me reconforto que aun mantuviéramos la capacidad de leernos los pensamiento y hablarnos mediante los ojos.

Fue inesperado... En los últimos minutos del recreo aproveché para ir al servicio cuando una mano jaló de mi brazo y dicha persona estampó sus labios contra los míos. Lejos de detenerme pasé mis brazos por su delicada cintura y reconocí el usual perfume de Diana. Ella fue la que, poco a poco, rompió el beso pero sus manos sujetaban con fuerza mi jersey. Me miró a los ojos pidiendo permiso, algo que no era necesario conmigo, así que me abrazó.

Sentí como parte de su pesada carga se esfumaba. Una carga que no se veía pero se palpaba en el aire.

Al salir del colegio me enteré de que Francisco Reolid había fallecido aquella mañana. El hombre conocido como "el tío Paco" calló cuando un techo de chapa se desmoronaba por el viejo estado de los pilares de sujeción. A lo largo de toda su vida había ayudado a las personas del pueblo con su conocimiento sobre instalaciones y reparaciones.

Me dirigí a casa para comer un buen plato caliente que templará mi cuerpo entumecido por el frío glaciar y poco normal para los primeros días de diciembre. A las 5 decidí buscar una sudadera más abrigada y lograr que sea oscura para que las señoras que me viesen no vayan diciendo por ahí que los jóvenes no tenemos respeto por ceremonias como un funeral.

Me monté en mi bicicleta para llegar justo en el momento donde ingresaban el ataúd en el carro fúnebre. El sacerdote hizo las oraciones correspondientes mientras todo el pueblo seguía su plegaria. Alcé la mirada para ver quien se encontraba allí.

Dejé de buscar cuando entendí que Virginia y Diana no se encontraban en el lugar. Una figura lejana llamó mi atención. Entre los árboles de la plaza se apreciaba la silueta de una chica mirando en dirección a las personas que estábamos junto al coche y la corona de flores.

Sus prendas eran negras, se encontraba vestida para la ocasión sin embargo no se acercaba a participar en ella. Los pocos rayos de sol que atravesaban el espeso manto de nubes hacía que su tez se viese muy clara y acurrucó sus manos cuando una ventisca helada levantó las hojas secas del otoño para sacudirlas por el aire.

Me volteé para observar si aún seguíamos con las oraciones y luego quise detallar aquella presencia femenina.

Ella ya no estaba. Como si el viento la hubiese llevado en la misma dirección que a las hojas.

-El muerto no sé ha enfriado y ya hay fantasmas... Muertes repentinas y espectros, esto solo podía ser obra de la misma bruja que me torturaba en mis sueños

Ha sido una placer verte, querida Pianista

Sácame de las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora