CAPÍTULO 8

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Trato

Elizabeth Grace

Brenda entra a la oficina, su expresión con clara resignación a lo que estoy haciendo. Existen más opciones para hacer, para asegurarme de que no saldrá nada de su boca, pero mi cabeza no parece entenderlo. Lo único que pienso es que esto es lo único que puedo hacer, sin embargo me hace ver tanto como a mi padre que lo aborrezco por completo. 

—Elizabeth, ya hice lo que me pediste y… —se calla de golpe, le hago una seña para que continúe. Brenda respira y prosigue—, y Alexander Hudson ya está aquí. 

—Entonces que pase. —digo, arreglando mis tacones para después levantarme de la silla giratoria. 

Brenda desaparece por la puerta y segundos después entra detrás de Alexander Hudson. Tiene un traje negro elegante, su porte demuestra seguridad, poder y elegancia adonde sea que vaya, lo vi la primera vez que entró a mi oficina y lo sigo viendo en él ahora. Su mandíbula está tensa y su expresión es seria, sus facciones marcadas y sus labios carnosos y, al parecer, muy apetecibles que me hacen cuestionar por qué debo desconfiar de alguien como él. 

Mi temor de ser traicionada está tan vivo que quisiera pegarme a mí misma. No puedo correr el riesgo de perder en esto, aún cuando yo no lo inicié, terminé dentro de él y lo único que puedo hacer es terminarlo saliendo ganadora. Tengo que encontrar pruebas y cuando lo haga no habrá nadie que me detenga. 

—Buenos días, señor Hudson. —saludé con una sonrisa. 

—Buenos días, Elizabeth.  

Su voz ronca hizo estragos en mi interior y mi nombre saliendo de su boca suena tan… majestuoso. 

Su expresión se mantiene igual, ninguna sonrisa, ningún sentimiento, nada, solo fue un saludo vacío y me pregunto que pudo cambiar. Sin embargo lo que haré en este momento tampoco será para nada honorable considerando todo lo que le he dicho a Alexander durante estas últimas semanas. Me estoy mintiendo y contradiciendome a mí misma. 

Le doy una mirada a Brenda y ella sale sin rechistar de la oficina, sabe lo que pasará aquí y a pesar de que no quiera, yo soy su jefa y mis palabras son órdenes que se deben acatar sí o sí. 

Alcanzo el USB que contiene los nombres de todos los que alguna vez trabajaron para mi padre y otros que siguen siendo socios de sus mierdas. 

—¿Sabes qué tiene esto dentro, Alexander? —cuestiono elevando el USB entre mis dedos. Él niega—. Aquí se encuentran todos los nombres de las personas que han hecho trabajos sucios para Magdiel Grace. 

No se mueve, no dice nada, se mantiene igual. Sus facciones marcadas, su mandíbula tensa y sus ojos chocolates que, de alguna manera, los veo brillantes y atrayentes. 

Mis emociones están revueltas, mis pensamientos son un caos y que sus ojos escaneen mi rostro de esa forma tampoco ayuda. Acomoda el saco negro que lleva y mete sus manos en los bolsilos delanteros de su pantalón negro de tela, sus músculos se ponen rígidos y aparto la mirada de él para enfocarla en un cuadro que no sé desde cuando está aquí. 

Mi oficina es grande, la más grande considerando que abarca el mayor espacio del último piso, sin embargo en este momento para mí parece pequeña, parece como si se estuviera haciendo más chica con cada segundo que pasa, robándome oxígeno y aplastándome poco a poco. 

Su pecho se mueve tomando una larga respiración y entreabre sus labios para hablar. El miedo intercala en mis venas, desconozco la razón, pero se siente malditamente mal. 

—¿Por qué me dice esto, Elizabeth?. 

Empiezo a caminar a su alrededor aún con el USB entre mis dedos. Me deleito con el aroma del perfume que trae encima, mientras paso mi dedo índice por la silla en la que él se acaba de sentar. 

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