CAPÍTULO 31

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Vigilante

Elizabeth Grace

Doy vueltas en la cama y termino levantándome de ella. He intentado dormir durante toda la noche, solo cerraba los ojos y de inmediato tenía que abrirlos de nuevo para meterme en la cabeza que ya no estoy encerrada en ese lugar, con esas personas. Tal vez, sinceramente no quiero dormir, porque cada que cierro los ojos o pienso en descansar, mi mente me hace una mala pasada llevándome de vuelta a cuando estuve en ese lugar, a veces amarrada de las manos o los tobillos con las cadenas, o a veces siendo exhibida como si fuera un circo. Los golpes, las patadas... todo se arremolina en mi cabeza poniendo a mi corazón latir acelerado con terror de volver allí.

Camino directo al baño y me encierro en él trancando la puerta con el picaporte. Me quito la ropa, dejando de lado el suéter manga larga y los pantalones largos, ya que al parecer no soy capaz de usar algo que muestre mi piel, o más bien que muestre mis cicatrices. Son las cuatro de la madrugada y yo soy la única que no puede dormir en esta puta cabaña. Maldito sea el momento en el que llamé a Alexander Hudson, pero si no hubiera sido por eso... si no lo hubiera conocido... yo no hubiera...

Observo el espejo, mirando el borroso reflejo de mí, de mi cuerpo en ruinas y el lamentable aspecto que cargo encima. El pecho se me aprieta y las emociones se acumulan avasallándome en una tormenta imparable de sentimientos. Mis ojos amenazan con soltar lágrimas, el nudo en mi garganta se incrementa y resisto el dolor de mi cuerpo. Es tan intenso y desgarrador que no entiendo cómo aún puedo mantenerme de pie. Quisiera gritar y soltar todo lo que siento, pero de hacerlo me estaría matando a mí misma porque no hay manera en que yo hable, sin condenarme.

Había intentado olvidar todo y no recordar nada. No quería, no lo deseaba porque me hacía pensar muchas cosas, y no quería pensar ni actuar. Quería desaparecer.

Sin embargo hay recuerdos que por más luches en olvidar, siempre aparecen en tu cabeza, obligándote ver aquello que aborreces, que deseas alejar y más nunca encontrar.

La hinchazón en mi rostro bajó demasiado, y de los golpes solo morados quedan, sin embargo en mi espalda y piernas y brazos... aquello es lo que más me duele, es lo que más me produce dolor y, aun cuando solo quedan unas pocas heridas sin cicatrizar, el recuerdo de lo que me hicieron me provoca sentir lo que ya no está ahí. Es como una pequeña astilla enterrada en tu piel, tan pequeña que se vuelve casi invencible, pero que sabes que está ahí porque la sientes e intentas quitártela porque te provoca dolor, sin embargo, no logras hacerla desaparecer.

El recordar es doloroso y para mí lo es cada vez más. Los momentos buenos se esfuman de mi mente cuando realmente los busco, dejando únicamente lo malo. Lo malo que me hicieron y lo malo que hice yo.

Metiéndome en la bañera y prendiendo el grifo, me abrazo a mis piernas sintiendo el agua deslizarse por mi espalda y cuerpo, haciéndome estremecer. Se supone que Magdiel no quiere que me lastimen, que me hagan sufrir o cualquier otra cosa, entonces ¿por qué no me sacó de allí antes? ¿Por qué no me ha venido a visitar aún? ¿Por qué esperó tanto y no amenazó a nadie para acelerar todo? Sí, yo retrasé lo que pude la audiencia, pero él es mi padre, él tuvo que darse cuenta de que algo estaba mal conmigo. Y no hizo nada.

Al final, tal vez, solo intento buscar a quien culpar. Y yo pude haber hecho algo, sin embargo me quedé callada. Dejé que las amenazas me afectaran. Era demasiado inteligente para caer en eso, y lo hice.

Caí en su juego y permití que me usaran como diversión para sí mismos, y aquello se paga caro. Me rogarán para que me detenga, me pedirán piedad y que les deje en paz cuando los encuentre, haré que aquel encapuchado desee no haber dado órdenes para herirme. Pero por más que pidan, yo no se los daré.

MISÈREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora