Punto ciego II
Elizabeth Hristova
Mi garganta pica, no he tomado agua desde hace horas, pero no puedo preocuparme por eso. Llevo caminando como por cinco horas y estoy que no doy para más, no he comido, no he bebido agua y estoy hasta la mierda. El auto lo tuve que estacionar hace muchos kilómetros atrás para impedir que Alexander me siguiera el paso, lo conozco, me buscará hasta encontrarme, pero no por las razones que tal vez quisiera, sino por las razones que me pondrán de rodillas una vez me encuentre, para después meterme un balazo en la cabeza.
Le quité un mapa a Alaisa, gracias a eso es que no estoy perdida y sé que voy en la dirección correcta. Necesito encontrar el maldito hotel donde ese estúpido se hospedaba. Alaisa lo sabía, lo sabe, y lo conoce a él, eso me beneficia más de lo que creí en algún momento, pero si es para salvar mi pellejo soy capaz de hacer cualquier cosa.
A metros de distancia veo un pequeño hotel, tengo que poner mi mano sobre mis ojos para poder ver un poco mejor gracias a la luz. Acelero mis pasos hasta llegar al hotel, me adentro en él y me detengo frente a la recepción. No veo a nadie, así que solo subo las escaleras hasta el piso seis, sí, escaleras porque no veo ni un punto ascensor por ningún lado. Camino por el pasillo buscando la puerta número 89 y cuando la encuentro, toco como una persona civilizada.
Espero y espero, hasta que el hombre me abre la puerta, solo es necesario ver mis ojos cuando intenta cerrarla de inmediato, pero pongo mi mano en la madera y empujo hacia atrás, logrando abrirla casi sin esfuerzo. El hombre retrocede y yo cierro tras de mí, para después pasar el pasillo y dar con el resto de su habitación.
—¡¿Qué quieres, demonio?! —grita asustado.
Me quito la gorra de mi cabeza con calma y la dejo en la mesita al lado de su cama, paso una mano por mi cabello mientras veo como busca algo para defenderse sin encontrar nada. Voy hacia él y, sin dejarle alguna escapatoria, saco la pistola y le presiono el cañón en la sien.
—Gracias por llamarme así, corazón, pero me temo que ese calificativo no es una ofensa para mí, aunque yo pienso que deberías dejárselo a mi madre, a ella le encanta que le llamen así… —me inclino hasta quedar a un lado de su oído—, aún más cuando está teniendo sexo.
El hombre empieza a temblar y solo puedo reír por eso. Guardo el arma mientras lo veo sentarse en el suelo llevando sus piernas a su pecho para abrazarlas. Me tomo el tiempo de examinar la habitación, las cosas que hay en ella y las formas de escapar, me fijo por la única ventana que hay y mido la altura. Bueno, formas de escapar muchas, formas de entrar, no tantas.
»— Vámonos, corazón, tenemos cosas que hacer. —no se mueve ni un solo milímetro y ruedo los ojos— Si haces lo que te digo, créeme que no te pasará nada, ahora mueve ese culo y camina que no tenemos mucho tiempo.
Lo tomo del brazo, levantándolo, lo arrastro conmigo mientras voy por mi gorra y la sostengo en mi mano. Salimos de la habitación y le agarro la mano como si fuésemos pareja. Le dedico una mirada al hombre y solo eso basta para que sonría y haga un gesto de querer reírse mirándome, mientras pasamos la recepción, dándome cuenta de que ahora sí hay recepcionista.
—Haré lo que me pidas. —deja en claro después de que salimos del hotel.
—Así me gusta. —digo, sabiendo que aunque no lo hiciera, igual lo arrastraría por el suelo de ser necesario. Paro un taxi y me subo a él sin siquiera preguntar si me lleva— Lléveme a la mansión Grace, por favor.
—¿La que se quemó? —inquiere.
—La misma. —respondo con una sonrisa.
El taxista frunce el ceño, pero arranca llevándonos al destino que le pedí. Sin embargo, a medio camino miro hacia atrás y capto el auto que nos sigue. No tengo que ser adivina para saber que se trata de Alexander.
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MISÈRE
AksiElizabeth Grace. Una mujer joven, con sueños y un esplendoroso futuro. No necesita dinero porque para eso trabaja, y, a pesar de que la mayoría de las personas digan que lo que tiene es gracias a ser la hija de Magdiel Grace, ella sabe que no es as...