CAPÍTULO 16

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Retorno

Alaisa Hudson

Staten Island. 

El puto lugar donde mi hermano, Alexander, me mandó a volar por idiota. 

¿Qué si odio a mi hermano? Lo detesto. Sus malditos problemas no me competen y, aun así, me metí en ellos y terminé en Staten Island. He permanecido encerrada en una maldita mansión, recibiendo una cifra de medio millón de dólares cada mes, en efectivo porque mi hermano no quiere que tenga mis tarjetas. 

Me quiere lejos, me quiere lejos de su vida, lejos de la familia, lejos de todo, solo porque le da la puta gana y piensa que eso va a detenerme. Cosa que no es así, claro está. Es un maldito que no merece que le obedezca. 

Desde que estoy aquí lo único que he pensado es en la forma de salir. Alexander me tiene bloqueada por todas partes, no hay puntos débiles y sus hombres están bastante bien entrenados como para poder con ellos. Pero no es necesaria la fuerza cuando puedes utilizar una buena mezcla de químicos que los ponga a dormir a todos. Fue sencillo planear mi huida, lo difícil fue llevarlo a cabo. 

Con cada medio millón de dólares que me envió durante bastante tiempo, o bueno, el tiempo suficiente para conseguir comprar un maldito avión privado a mi nombre, además de conseguir a dos hombres, no de mi hermano, sino míos, que me hicieran el trabajo de pagarlo, contratar a un piloto con experiencia y pedir que específicamente hoy vinieran a Staten Island por mí. Por otro lado con los hombres, guardaespaldas o lo que sea, los cité a la sala y cuando estuvieron todos, tiré las bombas de gas que los mandaron a dormir y ni ellos se lo esperaban.

Como dije, no es necesario recurrir a la fuerza cuando hay otras cosas. 

Salgo de la sala y cierro la puerta, dejando a los guardias bien dormidos. 

—Espero que no sueñen conmigo, malditos perros, de lo contrario serán muchas pesadillas. 

Subo a mi habitación, entro y voy directamente por mi maleta de ropa. Me veo en el espejo y arreglo mi cabello, me pongo un labial rojo y salgo. 

Bajo las escaleras y pronto estoy fuera de la mansión. Maldita cárcel de mierda disfrazada de lujos. 

—Quemala. —ordeno dándome la vuelta en dirección al auto frente a mí, que me llevará a la pista de aterrizaje. 

La puerta se abre y entro cruzando mis piernas una vez me siento. Me quito las gafas de sol y dirijo mi mirada a la mansión. El hombre tira un encendedor y el camino lleno de gasolina hacia el interior de la cárcel se enciende. Pronto una explosión se escucha y todo se vuelve fuego, arde en llamas, y cada recuerdo, cada memoria, cada mentira, se quema junto a la mansión de mi hermano Alexander Hudson. 

Puede, tal vez, que haya olvidado cerrar la llave del gas.

—Los hombres del señor Hudson aún estaban dentro. —dice el conductor mirándome a través del espejo. 

—No fui yo quien tiró el encendedor, no soy una asesina. —espeto tranquila mirándolo también a través del espejo. —Ahora llévame a la pista o te mandaré a comer mierda. 

El auto avanza a una considerable velocidad y miro por la ventana los árboles. Abro la puerta con el carro en movimiento y lanzo la maleta con mi ropa a la calle. Cierro la puerta y el chófer tiene los ojos casi fuera de sus cuencas. Aburrido. 

Luego de unos cuarenta minutos ya me encuentro ingresando en el avión. Los dos hombres y el chófer me siguen. Dentro solo está el piloto. Me siento en uno de los sillones y me recuesto, subo mis piernas a alguna cosa frente a mí mientras cierro mis ojos. Será un viaje medio largo, no tanto pero sí lo será. 

Alexander Hudson, mi maldito hermano, el maldito que me encerró en una mansión. Quien me privó de ver a mi familia, quien me convirtió en su puta debilidad sin querer serlo. La venganza es dulce, dicen por ahí. Pero yo soy cruel. 

Tal vez me llamen loca y todo sinónimo de aquella palabra, y tal vez tengan razón, pero si lo soy entonces creo que deberían sentir miedo en vez de hablar a mis espaldas. Mi hermano lo sabía y por ello terminé en una mansión lejos de él. Pudo enviarme a nuestra isla, pero sabe el peligro que correría de ir hacia allá. 

Abro mis ojos por el golpe en mi hombro de uno de mis hombres. Me levanto, bajo del avión y subo en otro auto.

—Vamos de compras. —digo y fijo mis ojos en las cosas que pasan rápido a través de la ventana. 

El conductor asiente. Me lleva hacia las tiendas de ropa, y me siento agusto viendo tantos vestidos, botines, abrigos. Todo es tan hermoso y agradezco aún tener dinero. Me pruebo las ropas, y me llevo todo lo que puedo, luego le quitaré las tarjetas a mi hermano y me compraré más, por ahora me conformaré con esto. Me compro unas cuantas joyas, y regreso al auto con mis guardaespaldas siguiéndome desde atrás. 

Llegamos a la mansión y me veo en la obligación de decir mi nombre para poder que me abran el portón y entrar en la propiedad de Alexander. Pasamos y el conductor detiene el auto frente a la puerta principal de la mansión. Me bajo, sintiendo la adrenalina correr por mis venas. Avanzo hasta quedar centímetros lejos de la puerta, le quito una pistola a uno de mis guardaespaldas y apunto hacia la cerradura de la puerta. Mi hermano me impuso la condición de aprender defensa personal, pero con otras… personas, aprendí a utilizar a la perfección una pistola, aunque de bajo calibre. Quito el seguro y presiono el gatillo, la bala da con la cerradura y por la fuerza esta cae al suelo. Con una sonrisa empujo la puerta con mi hombro e ingreso a la mansión. 

Veo a mi hermano bajar las escalera corriendo, y una hermosa mujer de cabello negro y ojos de un radiante verde, lo sigue. Ladeo mi cabeza ante la escena. Parece que mi hermano tuvo su primera relación oficial y nadie me dijo nada. Suelto la pistola sobre una mesa de vidrio, esta se hace añicos y mi hermano, al igual que la de ojos verdes, ni se inmutan, es más, ambos se cruzan de brazos y elevan el mentón con sincronización inhumana. Patéticos. 

—Salut, frère. 

«Hola, hermanito»

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