MISÈRE

CAPÍTULO 17

Regreso

Alexander Hudson

14 de octubre

Entre la sabiduría y el conocimiento no hay punto medio. Ambos se necesitan porque sin conocimiento no existe la sabiduría y sin sabiduría no hay conocimiento. 

La sabiduría se forma con tu experiencia personal. Tus problemas, tu crecimiento, tu evolución. Podría decir que la sabiduría se forma con cada etapa de tu vida, aunque no la veas, ella está allí, viéndote, analizando lo que haces, alimentándose de los errores, haciéndote sabio. El conocimiento por otra parte, se trata de toda la información que recopilamos durante la vida. O al menos para mí es eso, aquella información que se va grabando en nuestro cerebro, en nuestros huesos, como el movimiento de un baile que repites tanto que ya ni siquiera lo tienes que pensar, cuando ya lo estás poniendo en uso con un movimiento completamente involuntario. 

Si el conocimiento es la información, los datos, los hechos, y la sabiduría la experiencia, ¿existe punto medio en ello?. Por lo menos, puedes tener la teoría acerca de algo, mas no la práctica. Así se aplica con el conocimiento y la sabiduría, una te da la teoría y la otra la práctica. ¿Punto medio?, no existe, no hay. 

Tal vez al momento de aprenderlo o experimentarlo no te das cuenta del conocimiento o sabiduría que estás adquiriendo con el tiempo, y luego, cuando llega el momento, lo pones en uso y tampoco te das cuenta. Algo tan eficiente, pero que, aparentemente, le van restando valor con el tiempo. 

—¿Estás segura que no quieres que te lleve al hospital?. —inquiero dándole una rápida mirada a Elizabeth. 

Es terca, eso está claro. O tal vez no sea terca, simplemente se siente segura más en una mansión, que en un hospital donde todos pueden inyectarle algo y matarla. Creo que exactamente eso fue lo que hizo Joel. 

Elizabeth carga tanta sabiduría, ha pasado por mucho y estoy seguro de que lo que se viene es mucho peor, pero en tanto tenga el suficiente conocimiento, su sabiduría podrá ponerlo en práctica para su vida. 

Hubo un seminario, hace unos años, cuando recién empezaba con mi empresa, recuerdo que durante aquel seminario, no tengo claro cómo, un hombre sacó el tema de la mujer. Aún tengo sus palabras guardadas en mi cabeza, está guardado como algo con lo que tengo que contrariar toda mi vida: 

La mujer no debe trabajar, no debe quedarse hasta tarde en una oficina quien sabe haciendo qué o con quién. 

También recuerdo que era una mujer la directora de aquel seminario, de hecho una muy joven mujer, que estoy seguro tuvo que luchar contra muchos para adquirir tal puesto. Y por supuesto que también recuerdo lo que le respondió, y lo hizo con tal sutileza, delicadeza, tranquilidad y paz, que yo ni en mil años, hubiese podido igualar de haber estado en una posición como en la que ella estuvo: 

No es el hecho de lo que la mujer haga o no, se quede o no hasta tarde, el hecho es que el hombre no está listo para aceptar que una mujer no lo necesita, porque bien se ha dicho que el mayor temor que existe, es el miedo a lo desconocido. Pero al menos existen las excepciones. 

Todo se sumió en un silencio sepulcral, nadie dijo más nada y continuaron con él seminario. Y tal vez aquel hombre con pensamientos tan inútiles aún tiene las palabras de la directora incrustadas en su cerebro de paja. 

—Solo quiero dormir. Solo eso necesito. —asegura, acomodándose en su lugar. 

Elizabeth no es de aquellas personas que buscan de otras para sostenerse, no es de esas que necesitan a otras para cuidarse, no, ella es todo lo contrario, y verla así, casi demacrada, sin poder moverse y sin energías luego de comer, me hace querer encerrarla en una caja de cristal como si fuese frágil. Sin embargo, el error allí es que ella no es frágil, y lo que necesita es sentir el dolor, quemándola en su interior, para poder restaurarse y continuar poniendo a arder a quien se le cruce, como siempre lo ha hecho.